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Actualizado: 5 de julio de 2025


...Y yo oía la charla continua, en vascuence, de las amigas de mi abuela, y veía con desesperación el caer de la lluvia continua y monótona, y escuchaba el ruido de los chorros de agua que caían de los canalones a chocar en las aceras.

Algunas distribuían al pasar, con una sonrisa compasiva, todas las monedas que hallaban en sus pequeñas bolsas, monedas que caían sobre aquella miseria como gotas al mar. Uno de los arrapiezos corrió a un almacén y volvió saltando de alegría; traía en la boca un cigarrillo y aspiraba el humo con fruición.

El dueño protestó: ¿para qué este destrozo inútil?... Experimentaba una tortura insufrible al ver las botas enormes manchando de barro las alfombras, al oir el choque de culatas y mochilas contra los muebles frágiles, de los que caían objetos. ¡Pobre mansión histórica!... El oficial le miró con extrañeza, asombrado de que protestase por tan fútiles motivos.

Había observado que las payasadas de Antonio le caían en gracia y aceptaba sus lisonjas con gratitud. Á fuerza de machacar el hierro se dobla... Sintió calor en las mejillas. La atmósfera de la cervecería le sofocaba. Se levantó, pagó y salió á la calle. Soplaba ya la brisa fresca de la noche.

«¡Pobre! ¿Y aquella torre no era suya?...» Febrer le contestó riendo. ¡Bah! Cuatro piedras viejas, que se caían cansadas de existir; un monte inculto, que sólo tendría algún valor trabajado por el payés... Pero éste insistió. Le quedaba lo de Mallorca, que aunque algo enredado, era mucho... ¡mucho!

El sol resbalaba por el diáfano cristal del firmamento con dulce sosiego, y sus rayos caían sobre la ciudad como suave y divina bendición.

Apoyado en la pared de la derecha y cercano al hueco de la ventana, un armario antiguo, que debió ser barnizado recientemente, á juzgar por la prisa con que devolvía en vivos reflejos los tenues rayos de luz que sobre él caían. Enfrente, y cerca de la otra ventana, un tocador de madera sin barnizar, al gusto modernísimo, de esos que se compran en los bazares de Madrid por poco dinero.

Colgando de las traseras de los carromatos balanceábanse racimos de chicuelos, que al menor vaivén caían en la arena, saliendo milagrosamente de entre las patas de los caballos.

He aquí un lindo rincón, chica dijo él al mismo tiempo que se extendía cómodamente sobre la piedra, tanto que sus pies caían casi al nivel del agua. Ven, ponte a mi lado; hay sitio para los dos. Lo obedecí, pero me senté de manera que mi mirada pudiera dominarlo.

Muy alto y delgado, blanco el cabello y blancos también los desmesurados bigotes que caían laciamente hacia el cuello, parecía conservar por su mirada de águila, la viveza de sus ademanes y la gracia de su paso todo el vigor de la juventud.

Palabra del Dia

malignas

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