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Actualizado: 5 de septiembre de 2025


El silencio pertinaz de la monja me dejó avergonzado. Hubiera preferido una de aquellas salidas burlonas en que era maestra. Pero no se hizo esperar. Doblando el cuerpo y acercando la cabeza a la del muchacho para acariciarle, le dijo con tonillo ligero: ¿Te duele la mano, pobrecito? ¡Bien empleado te está, por dársela a gente que tiene los malignos en el cuerpo! Aquella burla no me mortificó.

Temblaba yo al apearme del caballo; estaba yo rojo como una guindilla, y las miradas de cuantos en aquel instante me veían se me antojaron hostiles y burlonas, particularmente las de cierto mancebo muy gallardo que conversaba con otros empleados a la puerta del «rayador». Mirábame de pies a cabeza, con cierta insistencia insolente y tenaz, como sorprendido de mi ridículo aspecto de colegial convertido en jinete.

García pudo cerciorarse de ello por la risa y la algazara que armaron y por las miradas insolentes y burlonas con que desde entonces le regalaron. Llegó por fin el día del estreno. Desde veinticuatro horas antes el estado de agitación de García superaba a todo lo imaginable.

En la de las Cardenalas no volvió á poner los pies; pero tal proceder no debía achacarse al amor de su querida, sino á su vidriosa susceptibilidad. Las palabras burlonas de Isabel eran una espina que tenía clavada en el corazón. El orgullo le hizo, pues, renunciar sin dificultad, no sólo á la mano, sino también al trato de la Mercedes. No volvió á acordarse de ella.

Fue aquello como una oleada de luz esplendorosa, de rumores confusos, de miradas punzantes, de sonrisas burlonas, de colores fantásticos y de aromas narcóticos, que se desplomó de pronto sobre agobiándome el espíritu y deslumbrándome los ojos. Aprensiones de mi inexperta fantasía, que exageraba enormemente el relieve de mi figura y el espacio y el término que ocupaba en aquel cuadro.

Algo extraordinario cortó el aire, dominando con su estridencia los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho, una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los atlots vengativos se llamaban en la sombra. Jaime sintió un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego permaneció inmóvil. El tradicional auquido había sonado a alguna distancia.

El Ferrer, ganoso de sobrepujar a sus rivales, tañía una guitarra, cantando a media voz, acompañado por el rodar de los truenos. El Cantó, metido en un rincón, meditaba nuevos versos. Algunos muchachos saludaban con expresiones burlonas la luz de los relámpagos que se filtraba por las rendijas de la puerta, y el Capellanet sonreía sentado en el suelo con la mandíbula apoyada en ambas manos.

¿Cómo te atreves a reprocharlos el que sean burlonas, Reina, cuando no te ocupas en otra cosa sino en remedar las ridiculeces de los demás? , pero soy linda; por consiguiente, me está permitido hacerlo. El señor de C..., me lo dijo el otro día. No alcanzo a ver la consecuencia... Y por otra parte, ¿crees que los hombres no te midan también de pies a cabeza?

Ni el brillo del salón la seducía, ni las notas del piano la alegraban, ni conseguían llamar su atención las sonrisas burlonas de las damas ni las miradas codiciosas de los caballeros.

El teatro de Tirso se puede comparar á esos países maravillosos que describen los poetas románticos, en donde las brisas más perfumadas y la música más atractiva encadenan el corazón y los sentidos del caminante; en donde millares de sendas que se cruzan, le llevan ya á jardines soberbios, ya á valles risueños, ya á abismos insondables que dan vértigos, al lado de altísimas montañas que se pierden en las nubes; en donde se oyen las voces burlonas de los duendes que salen de las cavernas, y vuelan los genios por el aire, y en donde el brillante cielo de la poesía ilumina con su luz seductora hasta las encrucijadas engañosas y las sendas no holladas.

Palabra del Dia

passaro

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