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Su contendiente había comenzado el último sin apresurarse y sin descansar, lanzando en torno una mirada triste de buey fatigado que contempla el horizonte con el deseo de que se oculte pronto el sol, para volver al establo. Los mineros ansiaban una catástrofe, un temblor del suelo, algo que les permitiese huir de allí, sin encontrarse con los ojos de aquellas gentes.

19 Y yo como carnero [o] buey que llevan a degollar, pues no entendía que maquinaban contra designios, [diciendo]: Destruyamos el árbol con su fruto, y cortémoslo de la tierra de los vivientes, y no haya más memoria de su nombre. 20 Mas, oh SE

En el entendimiento de la Señana se verificaba una espantosa confusión de ideas, un verdadero cataclismo intelectual, un caos, al considerar que aquellas piedras blancas y finas eran el sepulcro de la Nela. Si ante la Señana volara un buey o discurriera su marido, ya no le llamaría la atención.

Y se dirigió a Pacita, poniéndose al mismo tiempo levemente colorada. Clementina le dirigió una mirada penetrante que concluyó de ruborizarla. ¿De qué se habla? preguntó Cobo Ramírez acercándose al corro. Casi nunca se sentaba en las tertulias. Le placa andar de grupo en grupo, resollando como un buey, soltando alguna frase atrevida en cada uno.

10 de la manera que se quita del buey del sacrificio de la paz; y hará el sacerdote perfume de ello sobre el altar del holocausto. 11 Y el cuero del novillo, y toda su carne, con su cabeza, y sus piernas, y sus intestinos, y su estiércol;

Sin decir una palabra a nadie, sin preguntar a bicho viviente, y fundándome sólo en algún indicio que pescaba aquí y allí, sentando hechos y deduciendo consecuencias, he descubierto la verdad... todo con la pura lógica, tía, con la lógica seca. Atienda usted y asómbrese». Estaba, en efecto, la viuda ilustre tan asombrada como quien ve volar un buey.

Hay un silencio triste, de consuelo, en el prado. Una esquila se queja en los brazos del viento como un poeta triste, eternamente atado al buey de la materia, sin luz ni sentimiento. Las voces pueblerinas de unos chicos se alejan entre el grueso ramaje con que se adorna al río. De su inercia unas rocas parecen que se quejan y la yerba se seca al beso del estío. Otra vez el silencio.

Old, que miraba hacía rato la vera del monte, observó: La mañana es fresca. Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija, parpadeando distraído. Después de un momento, dijo: En aquel árbol hay dos halcones. Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba, y continuaron mirando por costumbre las cosas.

Conocedora Celinina, por lo que charlaban sus primos, de todo lo necesario á la buena composición de un nacimiento, conoció que aquella obra estaba incompleta por la falta de dos figuras muy principales: la mula y el buey.

De él se tiraron sólo 25 ejemplares. Aviso a los bibliófilos del porvenir. La segunda época de la vida literaria de Pereda comienza en 1878, y abarca cinco largas novelas: EL buey suelto, Don Gonzalo González de la Gonzalera, De tal palo, tal astilla, El sabor de la tierruca y Pedro Sánchez.