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Actualizado: 3 de julio de 2025
Sonaban los golpes del acero y el ¡haup! ¡haup! de los acompañantes con una regularidad mecánica, interrumpidos algunas veces por el ¡brrr! de los barrenadores, que al respirar jadeantes, parecían escupir su cólera sobre la piedra enemiga.
¿Qué? ¿Hay algo? Efectivamente, he notado, al venir, cierta agitación en la villa. Pues ya verá usted á eso de las diez.... ¿Y no hay sesión esta noche? ¡Sesión! ¡Brrr! exclamó Pinilla, haciendo con la boca un estrambótico sonido. Esta no es noche de palabras, es noche de hechos. Mucho se ha hablado ya. Pues no estoy enterado de nada. Ello es que desde anoche no vengo por aquí.
Yo me quedé... Nada: todo se le volvía pisotear la tela y dar con el pie a los figurines, diciendo: ¡Brrr...!, qué sé yo. Que la pobre Milagros le ha arruinado con sus pingajos. ¿Has visto qué borricadas?
Ya veréis cómo no vuelve a salirme nada bien hasta el día de San Silvestre. ¡Brrr! tengo frío en la espalda. ¡Pobre mujer! dijo el mayordomo . Ha tenido cientos y miles y ya la veis ahora... ¿Quién creería que es una duquesa? Es que el vagabundo de su marido se lo ha comido todo. ¡Un jugador! ¡Un hombre que no piensa más que en comer!
Maxi salió a la salita, y José Izquierdo se le cuadró ladrándole así: «¡Ah!, era usté. Ora mismo a la calle... brrr... ¡Y que tengo yo un genio mu blando...! Pues si le llego a ver antes ¡hostia!, me caso con la santísima... si le llego a ver antes, por el judío balcón, ¡hostia!, va solutamente a la calle». Sin demostrar temor alguno, Maximiliano sonreía.
Consulté mi reloj: eran cerca de las dos... Oía a la distancia los sonidos de un piano y el rítmico rozar de los danzantes... ¡Mis bodas! Me alisé el pelo, me ajusté la corbata, y, francamente, mi más grande satisfacción habría sido irme a tenderme en mi vieja cama y subirme la cobija hasta las orejas, en lugar de... ¡Brrr! En fin, ¿qué hacer? Me dirigí, pues, a los salones.
¡Brrr!... hice, cerrando la puerta y escapando tan rápidamente como me lo permitían mis cansadas piernas. Y, una vez en mi aposento encendí mi buena y hermosa lámpara de trabajo, que me sonreía como el sol. Ahí estaba, arrimada contra la pared, mi vieja cama estrecha, con sus montantes rojos, su jergón gris y su piel de ciervo raída... ¡Ah señores! ¡qué consuelo sentí al verla!
Mientras está vigilando en la galería el trituramiento del grano en la tolva, siente que le tiran de la blusa. Mira hacia abajo. Gertrudis, de pie en la escalera, con las mejillas tostadas por el sol y los ojos brillantes, le hace una seña con el dedo: Ven a almorzar. Al instante. Termina su trabajo y se coloca a su lado. ¡Brrr! exclama la joven sacudiéndolo; ¡cómo te has vestido! ¿Y qué?
¡La Revolución! exclamó Mabel d'Ornay, simulando un temblor de espanto para acercarse al joven novelista. ¡Brrr! espero que ya no habrá jamás otra. ¿Acaso el pueblo necesita reivindicaciones? ¿No tiene todo lo que le hace falta?
No. ¡Ah! sí; toma mi reloj; se lo darás a Grano de Sal. Bien. Vamos... ¡Ah! me olvidaba; si el capitán no revienta allá arriba, dile de mi parte que ha mandado como un valiente. Bien. Vamos... ¿De modo que tú crees que estoy lo que se llama...? Sí, a fe de hombre, y ya comprenderás que yo no querría hacer una mala partida a un amigo. Es verdad. Pero a pesar de eso siempre... Brrr... ¡Qué frío!
Palabra del Dia
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