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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Junto al fraile estaba el retrato de su hermana doña Brianda, la esposa de don Fernando, en un traje de terciopelo negro de severidad casi monástica. Y destacábase enfrente, atribuida al pincel del Tintoretto, la arrogante imagen del joven caballero gascón vizconde Guy de la Ferronière, que cayó prisionero del emperador en la batalla de Pavía.
Pablo pasó el día entero poniendo en orden sus papeles, como si se despidiera del mundo; fray Anselmo, postrado en oración; don Fernando y doña Brianda, platicando sobre el poderío del primer Carlos y el segundo Felipe, que imponían al mundo su ley... El vizconde de la Ferronière se atusaba el bigote y ensayaba pasos y sobrepasos, danzas y contradanzas... Doña Inés se sonreía ante el espejo...
¡Por vuestros pecados! exclamó indignada doña Brianda. No, por el perdón de los pecados de abuelito el vizconde intercedió seductoramente doña Inés. Vamos, perdonadme, oh duquesa, mi ilustre consuegra, por el amor de nuestros hijos solicitó galantemente Guy de la Ferronière a doña Brianda, que, en prueba de su buena voluntad, le tendió la mano para que la besara.
«C'est gentil!» exclamó el vizconde de la Ferronière. «J'en meurs pour le bon vin du Porto, et de Bourgogne aussi.» ¡Gracias, gracias! Has tenido una piadosa idea, mi querido nieto, digna de la generosa hospitalidad de tus abuelos articuló la voz de doña Brianda. Y doña Inés nada dijo, pero sonrió con tal encanto a su sobrino-nieto, que su sonrisa era una flecha de amor...
El antiguo solar en que se alojaron, y que junto con trescientas fanegas de tierra, en el Valle-Amblés, heredó el hidalgo de su mujer doña Brianda del Aguila, estaba situado sobre una plazuela, a pocos pasos de la Puerta de la Mala Ventura. Cuadrado torreón de sillería se levantaba en el ángulo sudeste, recortando sobre el cielo su imponente corona de matacanes y morunas almenas.
Doña Brianda se limpió el beso con el pañuelo de encajes; pero doña Inés miró sonriendo amablemente a Pablo, como invitándole a que hiciera otro tanto... Todos, hasta la anciana duquesa, parecían de buen humor, y siguieron luego danzando y riendo... Mas de pronto, como convidado de piedra, se apareció en el dintel de la puerta la imponente figura de fray Anselmo.
Estos franceses murmuró doña Brianda, con la severidad de una dueña, más que galantes, parecen deschabetados. El hecho es dijo don Fernando a Pablo, como para cortar la conversación, que nos encontramos muy bien en tu casa y que gozaremos algún tiempo de tu castellana hospitalidad.
Y se imponían: don Fernando y doña Brianda por su prestancia, fray Anselmo por su austeridad, doña Inés por su belleza y Guy por su donaire. Naturalmente, en las sobremesas de la antecocina se explicó el caso de la manera más natural. Doña Inés era la prometida del amo; venía a casarse con él. Don Fernando y doña Brianda eran sus padres. Fray Anselmo bendeciría la boda.
Desde la muerte de doña Brianda del Aguila permaneció sin abrirse, como esas salas de los cuentos orientales que encierran pavoroso misterio. Don Íñigo y su hija prefirieron, a su vez, otras estancias más fáciles de renovar.
Tantas veces os dije, vizconde observó don Fernando, que en España no debéis nunca burlaros o hablar ligeramente de sacerdotes y cosas de religión... Sois insufrible, caballero aseguró a Guy doña Brianda. ¿Cuándo aprenderéis a estaros con juicio? preguntole el primer duque de Sandoval.
Palabra del Dia
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