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Lo cierto es que mi abuelito el vizconde intervino graciosamente doña Inés debe haberse aburrido de lo lindo en su cuadro, habiendo llevado antes una vida tan divertida en Gascuña, en París y hasta en Toledo. ¿Os distraíais recordando vuestras aventuras? A veces, cuando no flechaba el corazón de la respetable matrona que tenía en frente repuso Guy, aludiendo a doña Brianda.

Así fue; le dio tan fuerte y repentino calambre en la pierna derecha al pobre vizconde, que tuvo que saltar del cuadro... Y con tanta torpeza lo hizo, que con todo su peso le pisó un pie a doña Brianda... ¡Grosero! exclamó ésta, sin poder contener su dolor. Para tranquilizarla, dobló Guy la rodilla en tierra y le suplicó: «Pardón, madame

Componíase en un principio de un retazo de monte y de trescientas fanegas de tierra de sembradura; pero, debido a los apuros del señor, había ido mermando rápidamente, hasta reducirse a un espeso carrascal y a estrecha lonja de prado, en cuyo extremo se levantaba la ruinosa casería de los padres de doña Brianda. La jara, el cantueso y la viciosa maleza habían invadido los jardines que existieron.

¡Don Fernando y doña Brianda, primeros duques de Sandoval!... ¡El vizconde Guy de la Ferronière, embajador de S. M. el rey Francisco I ante S. M. el emperador Carlos V!... ¡Doña Inés, condesa de Targes y Cabeza de Vaca!... ¡El duque de Sandoval y de Araya!...

Y fray Anselmo se retiró, haciendo sonar entre sus magros dedos las gruesas cuentas negras del rosario que pendía en la cintura de su hábito blanco. Es uno de los más preclaros varones de nuestra casa, un verdadero santo exclamó con unción doña Brianda. ¿Está limpia y ventilada la habitación que se le destina? preguntó zumbonamente el gascón. Hace algún tiempo que no se abre... repuso Pablo.

Hasta el vizconde, si bien en su llanto parecía haber un poco de risa, porque durante el sermón, con un alfiler y una tirilla de papel que encontrara por casualidad en el suelo, había prendido una pequeña cola en las abultadas polleras de doña Brianda. Por suerte, nadie advirtió su impiedad, «nadie diría fray Anselmo, ¡menos Dios

Fray Anselmo, que musitando sus oraciones había vislumbrado la escena desde los corredores, vociferó: ¡Esto es intolerable, ya! Y dirigiéndose a Pablo: ¿No sabéis cuándo habrá recepción en Palacio? No... Como era hora de cenar, pasaron al comedor. Después del «Benedicite», el dominico preguntó al dueño de casa: ¿Quién se sienta ahora en el trono de España? Felipe II repuso doña Brianda.