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Actualizado: 21 de junio de 2025


Levantó los hombros Ferragut, y en vista de su indiferencia, el viejo no quiso guardar por más tiempo el secreto. ¡La pájara! añadió . Aquella pájara guapetona y perfumada que venía á verle... La de Nápoles... la de Barcelona... El capitán palideció, primeramente de sorpresa, luego de cólera. ¿Freya en Brest?... ¿Hasta aquí llegaba su espionaje?... Caragòl continuó su relato.

Por esto, al presentir la proximidad de la ejecución, había reclamado días antes sus joyas y el traje que llevaba en el momento que la detuvieron á la vuelta de Brest. El defensor la describía con un «vestido de seda gris perla, zapatos y medias de doradillo, gabán de pieles y en la cabeza gran sombrero con plumas.

Estaba cansado de andar sin objeto y sin rumbo, cuando se me acercó un marinero de buenas trazas, hombre afable, que se puso a hablar conmigo. En aquella época, el puerto de Brest se cerraba al anochecer, por medio de una enorme cadena de hierro tendida de una orilla a otra, y se abría al estampido de un cañonazo, a la hora de la diana.

Cuando quedaron anclados en este pedazo de mar gris, brumoso y poco seguro, rodeado de negras montañas, Tòni esperó con ansiedad el resultado de los viajes que el capitán hacía á tierra. En todo el curso de la navegación, Ferragut no se había prestado á confidencias. El piloto sólo sabía que este viaje á Brest era el último. ¿Quién iba á ser el nuevo dueño del Mare nostrum?

El 29 de julio de 1826 me embarqué en Brest á bordo de la Meuse, fragata del Estado, y principio á mi peregrinacion trasatlántica. Hice escala en las Canarias, en donde durante algunos dias pude estudiar, á la vista del famoso pico de Teide, las producciones de la isla de Tenerife, así como sus crestas desgarradas.

Recuerdo que me eché a dormir sobre la mesa, y cuando me quise dar cuenta de dónde estaba, me encontré, como por arte de magia, a bordo de un gran buque, que salía en aquel instante de la rada de Brest. Pasábamos por delante del Fuerte del Diablo, cuando oímos el cañonazo indicando que se abría el puerto. El barco en donde estaba era un barco negrero.

En la línea de Orleans, habríamos llegado a las cinco de la mañana; en la del Oeste, después de un fastidiosísimo viaje, llegamos a las diez. Perdimos más de dos horas en obtener nuestros equipajes, y por fin, todo en regla, nos trasladamos al vapor Villa de Brest, que esperaba, amarrado al Dock y con las calderas calientes, el momento de la partida.

Rompió el papel, y pasó el resto de la mañana preocupado... Su deber era perseguir este espionaje que venía á realizar su labor en un puerto de guerra... Todos los buques anclados cerca del Mare nostrum estaban bajo la amenaza de sus avisos. ¡Quién podía saber si sus comunicaciones misteriosas servirían para que él también se viese atacado por un submarino al salir de la rada de Brest!...

Con esta estratagema pensaba realizar su anhelado desembarco en esta isla; mas tan hábil plan no sirvió sino para demostrar la impericia y cobardía del almirante francés, el cual, de regreso a Europa, no quiso compartir con nuestros navíos la gloria del combate de Finisterre. Ahora, según las órdenes del Emperador, la escuadra combinada debía hallarse en Brest.

En la vanguardia de Brest, en Saint-Mattbieu, en Penmark, en la isla de Sen, se ostentan luces distintas que resplandecen por minutos y aun por segundos, gritando al navegante: «¡Atención! Observa esa roca... Huye de ese escollo... Vira hacia aquí... ¡Perfectamente!... ya estás en el puerto

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