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A los cinco minutos Emma abrió los ojos desmesuradamente, y con una tranquilidad fría y perezosa, dijo, en una voz apagada que horrorizaba siempre a Bonis: Hueles a polvos de arroz. En las novelas románticas de aquel tiempo usaban los autores muy a menudo, en las circunstancias críticas, esta frase expresiva: «¡Un rayo que hubiera caído a sus pies no le hubiera causado mayor espanto!».

Bonis, en la visita a las fábricas, no sacó nada en limpio más que el miedo invencible, que le tuvo ocupado el ánimo todo el tiempo que permanecieron cerca de la pólvora. La idea de volar, mucho más verosímil allí que a una legua lejos, no le dejó un momento. En cuanto a la fábrica vieja, la de productos químicos así, vagamente, en general , no le pareció tan en los últimos como creía.

El guitarrista dejó a Luis XVI en el panteón, y saltó a la jota aragonesa. Se lo agradeció Bonis, porque aquello edificaba; era el himno del valor patrio. Pues bien, lo tendría, no patrio, sino cívico... o familiar... o como fuese; tendría valor. ¿Por qué no? Es más, pensó que su pasión, su gran pasión, era tan respetable y digna de defensa como la independencia de los pueblos.

Cuando pensaba así, o por el estilo, Bonis, de repente, creyó entender que el canto religioso de Serafina llegaba a narrar el misterio de la Anunciación: «Y el ángel del Señor anunció a María...». ¡Disparate mayor! ¡Pues no se le antojaba a él, a Bonis, que aquella voz le anunciaba a él, por extraordinaria profecía, que iba a ser... madre; así como suena, madre, no padre, no; ¡más que eso... madre!

Hubo más; para hacer callar a muchos, y también instigada por Bonis, que empezaba a hacerse insoportable con sus moralidades y miedos al qué dirán, Emma se dio arte para agregar a algunas de sus fiestas, si no a las más íntimas, a dos o tres familias de lo más distinguido de la capital.

Se aproximó más a la cama; a los pies estaba amontonada ropa blanca, de que se había despojado Emma después de metida entre sábanas, según su costumbre. También ahora los recuerdos de los sentidos le hablaron a Bonis de tristezas, y tras rápida reflexión, se sintió alarmado.

Pero habla, mujer, no entiendo eso... del pie... repitió Reyes. Emma tragó el buche de Jerez; pero en vez de hablar, volvió a llenar la boca y a renovar la pantomima con mayores aspavientos. Bonis se fijó bien; primero señalaba al pie, bueno; y después, con el dedo y la cabeza, quería indicar algo que no estaba presente....

No dijo nada, pero se dedicó a observar también al sobrino por afinidad. En la mesilla de noche de su alcoba vio unos libros que le dieron que pensar. No eran versos, ni novelas, ni psicologías lógicas y éticas, que era lo que solía leer Bonis.

, , yo comencé la obra.... Y además, mi ineptitud, mi ignorancia de las cosas más importantes de la vida... los números... el dinero... las cuentas... ¡prosa, decía yo! ¡El arte, la pasión! eso era la poesía... ¡Y ahora el hijo me nace arruinado! Emma se movió un poco y suspiró, como refunfuñando. Bonis estuvo un momento decidido a despertarla. Aquello corría prisa.

Porque ¿quién le dice a esta.... 'Mira, , huelo a polvos de arroz, pero es porque... me abrazó y me besó... ¡el tenor de la Compañía italiana!?». Hueles a polvos de arroz dijo por tercera vez la esposa desvelada. Y con gran sorpresa del marido, un brazo que salió de entre la ropa del lecho no se alargó en ademán agresivo, sino que suavemente rodeó la cabeza de Bonis y la oprimió sin ira.