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La capa de la bohemia es la aristocracia incomprendida de los vulgos, y nunca como ahora, en este momento, es anacrónica y absurda. Es el gesto bravío ante la mueca horrible de la miseria, el rictus de desdén ante los artículos de fondo y demás cosas sin alas, sin gracia, sin espíritu.

La lluvia, empujada por un viento cruel, inunda a veces las piernas de la madre y el cuerpo de su mamoncillo. La bohemia no repara en ello y prosigue su cántico con las rachas, mientras que muele cebada y da el pecho.

Para recompensarlo, el señor Aubry lo envió a trabajar algunos meses en las principales cristalerías de Bohemia e Inglaterra, a fin de familiarizarlo con todos los métodos de fabricación, y facilitarle el estudio del alemán e inglés.

Porque tienes en perspectiva todo lo que se puede ambicionar. Puede ser... murmuró María Teresa, distraída. Su mirada erraba por el salón; de pronto, designando sobre una consola Luis XV, un jarrón de cristal verde incrustado de oro, que sostenía un gran ramo de violetas de Parma, exclamó: ¡Mira qué linda copa!... Juan acaba de mandármela de Bohemia.

No seas tan modesto, amigo mío; desde luego, un trabajador inteligente es cosa rara; sabes cómo lo cuido; , además, tienes el espíritu creador, gusto e iniciativa. Nunca dudo del éxito de tu trabajo. A propósito ¿de qué proyecto hablabas, cuando nos interrumpieron aquellas criaturas terribles? ¿Decías que querías ver las cristalerías de Bohemia?

Y es que nuestra bohemia ha sido un negro camino de soledad y de pobreza. No han florecido en nuestros episodios las risas de Museta ni las lágrimas de Mimí, ni nuestra madre la Locura nos ha prestado su corona de cascabeles. Sólo una bella y triste sombra, fugitiva y perfumada como la juventud que huye, ha puesto algunos besos y algunas risas en nuestras noches trashumantes y sin asilo.

Todo hombre debe ser previsor y separar de lo que gana una parte para mañana; pues el literato está exento de tal carga. En algo se han de distinguir los seres inspirados de los que no lo son. Hubo una época en que la bohemia invadió toda la literatura. Los que tenían gracia solían emplearla en estas cosas y se hacían célebres.

Todo se explicaba: la tristeza persistente de Juan durante su permanencia en Etretat, sus vacaciones acortadas, y su retirada a Bohemia donde se había refugiado para huir de ella, sin duda... Juan, mi pobre Juan murmuró, ¡cuánto va a sufrir! Miró otra vez con gratitud su propia imagen, causante de la explosión de pesadumbre que había presenciado.

La capa bohemia supo las gallardías de Espronceda en su buena época romántica, antes de destrozar su leyenda con aquel fementido discurso sobre las lanas... Pelayo del Castillo, Eduardo del Palacio, Manuel Paso, Pedro Barrantes, sabían del encanto de la capa bohemia, que entre nosotros tiene también el desgaire de la capa manolesca. Y ¡Alejandro Sawa!...

En Lisboa sólo pude escribirte unas líneas en una postal. Me faltó el tiempo. El tren llegó con retraso; luego el registro de los equipajes en la Aduana y el trasatlántico que estaba ya fondeado en el río, mugiendo a cada instante como el que no quiere esperar. ¡Y yo que soy tan torpe para los menesteres vulgares de la vida!... Recuerda cuántas veces te has reído de mi inutilidad en nuestros viajes... Nuestros viajes ¡ay! tan lejanos, ¡tan lejanos! que no cuándo volverán a repetirse... Por fortuna, encontré en el tren a un compañero: un tal Isidro Maltrana, tipo curioso, al que conocí vagamente en mis tiempos de bohemia heroica, y que va, como yo, a Buenos Aires. La identidad de nuestros destinos nos ha hecho intimar rápidamente. Hace unas sesenta horas que estamos juntos, y no parece sino que hemos andado apareados toda la vida.