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Actualizado: 29 de mayo de 2025
La mujer que la asistió durante su agonía, me ha repetido después, una por una, todas aquellas palabras que pronunció continuamente: «Esposo mío... Hijos míos... Alfonso, Mariana, Cecilia, Eugenia, Sofía, Dios os bendiga. ¿Por qué no venís aquí para bendeciros yo también? ¡Alfonso!
¿A obscuras? ¡Maldiga Dios la noche! Y bendiga los farolillos de las imágenes callejeras; á la vuelta de la esquina hay uno, á cuya luz, si le han alimentado bien, podréis salir de ansias. Don Juan tomó adelante hacia la vuelta de la esquina, y de tal modo, que Quevedo, que no podía ir ligero, se quedó atrás.
Todo lo dice un libro inmaculado Para espresar una existencia pura, Y esa misma elocuencia, la natura Manifiesta en el agua y en la flor; Pero si algo deseas, jóven bella, Que en este álbum purísimo te diga, Diré: El cielo tu existir bendiga Bajo el ala azulada del amor.
Tomad, pues, la parte del campo que quisiéredes, que yo haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga. Habían descubierto de la ciudad al Caballero de la Blanca Luna, y díchoselo al visorrey que estaba hablando con don Quijote de la Mancha.
13 Sin falta le devolverás la prenda cuando el sol se ponga, para que duerma en su ropa, y te bendiga; y te será justicia delante del SE
1 Entonces Isaac llamó a Jacob, y lo bendijo, y le mandó diciendo: No tomes mujer de las hijas de Canaán. 2 Levántate, ve a Padan-aram, a casa de Betuel, padre de tu madre, y toma de allí para ti mujer de las hijas de Labán, hermano de tu madre. 3 Y el Dios omnipotente te bendiga y te haga fructificar, y te multiplique, hasta venir a ser congregación de pueblos;
19 Y Jacob dijo a su padre: Yo soy Esaú tu primogénito; he hecho como me dijiste; levántate ahora, y come de mi caza, para que me bendiga tu alma. 20 Entonces Isaac dijo a su hijo: ¿Qué [es] esto, que tan presto hallaste hijo mío? Y él respondió: Porque el SE
ASCLEPIGENIA. Es Atenais, hija de Leoncio. PROCLO. ¡La hija de mi docto e ilustre amigo!... ¡El cielo te bendiga, Atenais! ASCLEPIGENIA. ¿Me perdonas, Proclo? PROCLO. No hablemos más de lo pasado: olvidémoslo. ASCLEPIGENIA. ¿Vivirás conmigo? PROCLO. No quiero ni puedo vivir ya sin ti. Tú serás el lucero que ilumine con su luz apacible la melancólica tarde de mi existencia.
Tienes razón. ¡Calma, muchacho, calma! A fin de semana estaré en la hacienda; iré a ver al niño, a ese pobre chiquillo que está muy delicado, y entonces, delante de tí, arreglaremos eso. Nada tengo que decirte. Visitaré a tus tías, cuidaré de ellas.... Puedes irte tranquilo. ¡Verás qué bien te va...! ¡Adiós, muchacho; dame un abrazo, y que Dios te bendiga!
En una palabra, vengo a pedirle que se encargue de Tomasito, y Dios le bendiga como al mejor, al más querido de sus hijos sobre la tierra... vengo a... pedirle que... le lleve en su compañía. Y, esto diciendo, la forastera se había levantado, y postrándose de rodillas a sus pies, tenía agarrada la mano de la joven entre las suyas.
Palabra del Dia
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