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Con esto, además, se quería dar a entender que las tales bellaquerías eran como el refinado producto del esfuerzo secular de una exquisita cultura, y el triste resultado de nuestros materiales progresos. Lejos de ser así, debe entenderse que los hombres, para ser malos y bellacos, no han menester vivir a fines de siglo, ni en época y sociedad muy adelantadas.

No disimule vuesa Reverencia si quiere probarme su afición, que nunca daña saber por dónde habemos de ser combatidos. Vamos, invenciones de bellacos... que vuestra merced ha estado a punto de renegar de la fe de Nuestro Señor Jesucristo... que llevaba noticias a los conversos... que la riña fue por cuestión de la paga...

Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro, mira cuántos vestiglos se me oponen, mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos... Pues ¡ahora lo veréis, bellacos!

Por eso no he dado a la estampa los sáficos aquellos que te gustaron tanto, la odita al Pedregoso. Mira, Rodolfo: no hablemos más de esos bellacos. Serenóse don Román, sacó la tabaquera, tomó un polvo, y, quitándose las gafas, me dijo en tono cariñoso: Vamos: ¿qué piensas hacer? ¿Sigues los estudios, o te quedas en tu tierra, y en tu casa, para buscarte la vida? Hablé ya con tus tías.

Además, ¿cómo olvidar lo que ha hecho y hace diariamente por descepar del mundo la herejía? ¡Y aún hay descontentos en España! ¡Aún quedan malos vasallos que buscan el modo de trabar el paso a este príncipe ungido por el Señor! ¿Si pensarán los muy bellacos y avarientos que tanta grandeza no merece el nombre de tal si se les toma a ellos una hilacha tan sólo del capotillo?...

Para lo cual se presentó en la cámara del rei el inquisidor general que era cardenal de Santa Balbina, i le habló con el valeroso celo que su conveniencia i la de los bellacos que tenia á sus órdenes imperiosamente exigia.

Gener, son una caterva de majaderos, criminales y bellacos los que triunfan, se encaraman y lo gobiernan todo, mientras que los superhombres andan por ahí desperdigados, con poquísimo dinero, sin poder y sin influjo, y tal vez haciendo observaciones y experiencias, y escribiendo librotes que casi nadie lee. ¿Y cómo ha de leerlos nadie cuando la sociedad gime hoy, según el Sr.

Al fin, de miedo de que me le diesen, que ya me tenían los cordeles en los muslos, hice que había vuelto, y por presto que lo hice, como los bellacos iban con malicia, ya me habían hecho dos dedos de señal en cada pierna. Dejáronme diciendo: ¡Jesús, y qué flaco sois! Yo lloraba de enojo, y ellos decían adrede: -Más va en vuestra salud que en haberos ensuciado. Callá.

Mucho sabéis, mucho podéis y mucho más hacéis. Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de buenas en malas, sin que le tocárades en el olor; que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo.