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Actualizado: 19 de junio de 2025
Sus ojos pequeños. Ramiro no escuchó sino el final de su discurso: Diga, vuesa merced, que una vez que Farnesio hubo dejado las provincias para penetrar en Francia, debió librar batalla campal al Bearnés, desbaratalle en seguida, quitalle las vituallas, adueñarse de París e decir luego a nuestro rey: «Señale agora Su Majestad la persona que ha de sentarse en este trono.» De esta suerte, aunque exponiendo a Flandes, hubiéramos extendido el poder de nuestras armas y limpiado a aquella monarquía de la pestilencia luterana.
Prodújose un rumor de admiración. ¿Y vuesas paternidades habéis recibido nuevas cartas de Francia? preguntó don Alonso al padre Jaime Rodríguez, de la Compañía de Jesús. Casi todas se quedan por el camino. Este mes sólo una ha logrado llegarnos. Trae algunos pormenores de la primera acometida del Bearnés sobre París, en diciembre pasado. Sepamos, sepamos.
Todos sabíamos lo que aquello significaba y que estábamos amenazados de una gran calamidad; y en efecto, trece días después desapareció de la puerta de mi tienda un soberbio cuarto de venado y mis escuderos descubrieron que se habían agriado seis botellas de vino bearnés que llevaba para mi mesa....
Con eso le replicó el licenciado Daza Zimbrón, que alardeaba de táctico no demostraría ese mucho ardid que dice vuesa merced; pues el jefe de un reino poderoso, como apunta a serlo el Bearnés, ya que ha de dar la batalla, no debe hallarse en la refriega, entre sus soldados; que si él mesmo fuere muerto o vencido, el reino todo se pierde, como aconteció a los persas y medos, vencidos por Alejandro, muerto el rey Darío, y en España muerto el rey don Rodrigo, y en Hungría, en nuestros tiempos, muerto el rey Ludovico, en la batalla que dio temerariamente a los turcos.
El regidor Gaspar González Heredia, queriendo amortiguar el picante de aquella fisga, agregó con seriedad, dirigiéndose a don Enrique: Quizá el ejército del Duque no era suficiente para tamaña empresa, y hay quien presenta al Bearnés como hombre de mucho ardid y coraje, que pelea a la cabeza de sus soldados.
Parecer ser que el Bearnés se acercó, ya pasada la media noche, cuando todos los vecinos dormían; pero, por un caso, en que se echa de ver la mano de Dios, los herejes apoyaron sus escalas en la Puerta Papal, donde se hallaban a la sazón algunos religiosos de nuestra Compañía. Al asomar los primeros asaltantes, nuestros hermanos dan repetidas voces de alarma.
Pensaba, hablaba y obraba como si hubiese servido en el ejército de la Liga y traído a mal traer al Bearnés. Realista convencido y católico austero, era tan implacable en sus odios como apasionado en sus afecciones. Su valor, su lealtad, su rectitud, y su caballerosidad hasta cierto punto exagerada, causaban la admiración de la juventud inconsciente de hoy.
Palabra del Dia
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