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Actualizado: 7 de junio de 2025


Dos segundos después, la confusión era indescriptible: chocaban las lanzas contra las bayonetas, y gritos de rabia respondían a las imprecaciones; a la sombra de la gran encina, por la que se filtraban algunos rayos de luz débil, no se veía mas que caballos encabritados, con las crines erizadas, tratando de saltar el muro del prado, y, por debajo, las figuras bárbaras de los cosacos, con los ojos relucientes, el brazo en alto, descargando tajos con furor, avanzando, retrocediendo y lanzando gritos tan espantosos que ponían los cabellos de punta.

Primero se distinguieron, desde lo alto de la cuesta, la escuadra de gastadores y el grupo que formaba la banda, en cuyos instrumentos de cobre reverberaba la luz reflejos vivísimos: luego se vio venir la ancha columna formada por la tropa, sobre cuya oscura masa lucían las bayonetas heridas por el sol.

Cuando uno cae herido, lo llevan al hospital y allí se está tres ó cuatro meses como un canónigo, tomando buenos caldos y platicando con algún compañero, mientras los demás andan con la lengua fuera de aquí para allá, unas veces comiendo mal y otras veces sin comer, al sol cuando lo hace y al agua cuando cae... También tienen sus raticos buenos, no vaya usted á creerse; cuando uno va á atacar una trinchera, pongo por caso, y suena la corneta en medio del silencio, y se descargan los primeros tiros, y se huele el humo de la pólvora, y sin verlo, porque el humo lo tapa, se escucha la voz ronca del oficial que grita: «Adelante, muchachos»; y se sube, se sube hasta encaramarse sobre la trinchera, salpicados de sangre, entre los quejidos de los que caen, los gritos de los que suben y el choque de las bayonetas, aunque parezca mentira, siente uno unas cosquillas que corren por todo el cuerpo y le hacen gozar... Hay momentos que no se cambiarían por muchos años de buena vida, señorita...

Por la parte baja de la rampa se oían gritos horribles, y cuando se miraba por encima se veían bayonetas de punta y hombres a caballo. Aquel choque duró más de un cuarto de hora. Nadie sabía lo que los alemanes pretendían hacer, puesto que no podían forzar el paso; pero, de improviso, decidieron retroceder.

Después, ajustando sus pasos al compás de la marcha musical, desfilaban los rojos fajines y los portacirios de plata de los concejales; y por fin, con un tránsito obscuro de la luz a la sombra, pasaba la negra masa de la tropa, en la cual los instrumentos de música lanzaban amortiguados destellos y los filos de las bayonetas y los sables brillaban como hilillos de luz.

Esto prueba lo que al principio dejamos dicho; el valor de nuestros soldados será suficiente para destruir todo obstáculo que se le oponga hasta conseguir queden por España los territorios de Lanao; pero en cambio, lo que no podrá evitar, lo que es imposible se consiga ni aun con la punta de las bayonetas, es que aquellas gentes, fanáticas por sus creencias religiosas, admitan sin sangrienta protesta la ingerencia de extraños en sus usos y costumbres, y más que nada que se trate de ejercer presión alguna en lo que respecta á las creencias religiosas.

Algunos soldados habían empezado ya el trabajo empleando las bayonetas, pero su labor era torpe, desmañada, ruidosa: cuchilladas á ciegas, agonías interminables, arroyos de sangre. Todos los heridos se arrastraban hacia el capitán, atraídos por su categoría, que representaba un honor, y admirados de su hábil prontitud. ¡A , hermano!... ¡A mi!

El indio se bate ante el ejemplo, ante la identificación que hace de su ser en otro ser, en quien reconoce superioridad. ¡Misteriosa mistificación que crea y alienta una campaña como la de Cochinchina, una epopeya como la de Simón de Anda, y un recuerdo glorioso como el de Clavería; el jefe que al frente de fuerzas europeas vuelve la espalda en un momento de peligro, encuentra las bayonetas de sus soldados; el que la vuelve ante fuerzas indígenas, tropieza con las mochilas.

Serían cinco o seis mil y salían por las puertas en filas de diez, quince y veinte, abrochando rápidamente las mochilas, colgándose los sables y calando las bayonetas.

Por eso se explica que al oponer su robusto pecho á las bayonetas de nuestros soldados, lejos de temer por la vida, hacen esfuerzos titánicos entre los espasmos de la agonía para romper las filas de aquellos. Y procuran conseguir, ante todo, la muerte de un cristiano, porque con ella tienen por seguro alcanzar los placeres con que brindan al creyente las hermosas huríes de su soñado paraíso.

Palabra del Dia

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