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Actualizado: 6 de junio de 2025
No tuvimos tan buena suerte en el segundo ataque, porque renunciando ellos a poner en movimiento la caballería en lugar angosto, atacaron a la bayoneta con tanta fiereza, que nuestros regimientos de línea, y aun los valientes valones y suizos, retrocedieron aterrados.
El primero que llegó á la altura se encontró con un viejo moribundo, tendido sobre la roca; metióle la bayoneta en el cuerpo, pero el viejo no pestañeó: tenía la mirada fija en el Carolino, una mirada indefinible y con la huesuda mano le señalaba algo detrás de las rocas.
En una de éstas un soldado guiri, ¡maldita sea su casta!, se fue a él derecho con el pincho en ristre.... ¿Qué dirá usted que hizo mi Don Ignacio? no se le ocurre ni al demonio.... Lo apartó con la mano como si apartase un mosquito, y el muy bárbaro abatió la bayoneta y se dejó apartar. Tenía el señorito entonces una cara.... Válgame Dios y qué cara.
Pero a medida que trepaban se les rechazaba a culatazos y caían en sus propias filas como un pedrisco. En tal ocasión, pudo preciarse el ejemplar comportamiento del anciano leñador Rochart. El solo hizo rodar por tierra a más de diez hijos de la vieja Germania; los cogía por debajo de los brazos y los arrojaba al camino. Materne tenía la bayoneta viscosa de sangre.
¡Señor, por ellos!... ¡por sus madres! gemía doña Luisa reanudando su rezo. Aquí se había desarrollado lo más terrible del combate, la pelea á uso antiguo, el choque cuerpo á cuerpo, fuera de las trincheras, á la bayoneta, con la culata, con los puños, con los dientes. El guía, que empezaba á orientarse, iba señalando diversos puntos del horizonte solitario.
Alguno, más entusiasta, completaba la aclamación, lanzándola con toda su pureza clásica, como lo hacen los rotos en las fiestas patrióticas ó en la guerra al cargar á la bayoneta: «¡Viva Chile, m...!»
Y comentaba con alegría infantil los relatos maravillosos de los periódicos: combates de un pelotón de franceses ó de belgas con regimientos enteros de enemigos, poniéndolos en desordenada fuga; el miedo de los alemanes á la bayoneta, que les hacía correr como liebres apenas sonaba la carga; la ineficacia de la artillería germánica, cuyos proyectiles estallaban mal.
Para no enternecerse, bebió y prestó atención á lo que decían los tres jóvenes. El legionario Blanes, romántico como debe serlo un hijo de fabricante metido en aventuras, hablaba de las hazañas de las tropas de Oriente con todo el entusiasmo de sus veintidós años. Le faltaba el tiempo para lanzarse á la bayoneta contra los búlgaros y llegar á Adrianópolis.
»Aquí, en los momentos de angustia, en esos días lóbregos en que en vano lucho y brego con los hombres y las cosas, al trasladar al papel mis pobres pensamientos, no me explico, no comprendo cómo no se transforma en Vesubio mi cabeza ni se convierte mi pluma en bayoneta. »Ustedes, los colombianos, tienen aun esperanzas de redención: allí hay vida, hay savia, hay esplendor.
En Méjico nunca faltan hombres para pelear y morir. Hay siempre más que fusiles. Pero, en realidad, eran simples riñas de grupo á grupo, dejando á la iniciativa de cada pelotón la marcha del combate. Tiraban y tiraban hasta agotar las municiones, sin hacer uso jamás del arma blanca. Ninguno tenía bayoneta.
Palabra del Dia
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