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Sarrió y Azorín, ya de regreso, han cruzado la rambla. Y Sarrió ha dicho: ¿A que no sabe usted, Azorín, en lo que pensaba don Víctor cuando se estaba muriendo? Pensaba en un bastón, en su bastón.

Y decía: «Que me devuelvan mi bastón... mi bastón de vuelta, ¿eh?... un bastón que tiene una chapa de plata... una chapa de plata que hace un ruido al caminar, ¿eh?»... Y luego en la agonía le ha gritado: «¡Mi bastón, mi bastón!»; y ha muerto. ¿No le parece a usted raro, Azorín? Y Azorín ha contestado: No, querido Sarrió, no me parece raro.

En el resto del día prestaba servicios en la taberna del pulpitillo. Había venido tan a menos en lo físico y en lo económico, que a su antiguo tertulio le costó trabajo reconocerla. «¿Y la otra?...». porque esto era lo que importaba. vii Santa Cruz tardó algún tiempo en dar la debida respuesta. Hacía rayas en el suelo con el bastón. Por fin se expresó así: «Supe que en efecto había...».

Traía empuñado en ambas manos el bastón de D. José, y caminaba derecho a la Sanguijuelera, todo risas y alegría, con la evidente intención de darle un palo. Ella se dejó pegar, le cogió luego en brazos y le dio tantos y tan sonoros besos, que el muchacho empezó a gruñir y a defenderse a cabezadas. «Dale un palo a tu madre; anda, pégale...

No se oían los pasos, sino el golpe del fuerte bastón en que se apoyaba el Rey, y que con lúgubre compás sonaba en el alfombrado suelo. Desde el 19 de Julio hasta el 27 de Setiembre el Rey sufrió mucho de un dolor en la cadera izquierda; pero no guardó cama. Sus comidas eran penosas por falta de apetito.

Peor resultado dió todavía el bastón de estoque que D. Juan Crisóstomo tuvo á bien comprar. El furor del Canelo, cuando se hizo cargo de que el licenciado había adquirido un nuevo bastón, no tuvo límites. Era una ofensa que sólo podía lavarse con sangre. Fué menester que Pedro le machacase á golpes y después le atase para conseguir apaciguarlo.

Sus compañeros le aguardaban hacía rato para tributarle los elogios a que se había hecho acreedor; pero no acababa de aparecer. El más pequeño preguntó, al fin, tímidamente, al otro: Di, ¿qué le harían si le cogiesen chillando? Pues nada: le administrarían un poco de jarabe de bastón. El que había hecho la pregunta se estremeció levemente y guardó silencio.

Pepe estaba en el descansillo de la escalera tendido poca arriba: había dejado el bastón apoyado en la pared: el sombrero debió de tirarlo porque se halló en el tramo de abajo: se disparó en la sien derecha, en la cual se veía un agujero muy pequeño de donde manaba un hilo de sangre que se escurría metiéndose entre la camisa y el cuello... ¡Qué cosa tan horrible!

Tal fue la emoción del pobre hombre, que señalando con el bastón las letras, dijo enfáticamente a un cochero de punto que allí estaba: «¡Es mi sobrina!», y la frase salió de sus labios con aquella entonación de noble orgullo que debía de emplear la romana Cornelia cuando dijera: «¡Yo soy la madre de los Gracos

Y esto es fatal; es el mismo instinto que nos hace cobrar amor a un objeto que hemos usado durante años, un reloj, una petaca, una cartera, un bastón... El maestro calla. Y de pronto don Víctor ¡oh pasmo! cesa de acariciarse sus patillas, abre la boca y exclama: ¡Yo tenía un bastón!