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Actualizado: 20 de junio de 2025
Tristán, presa de honda emoción, no supo más que balbucir: Señora, para mí ha sido también una desgracia irreparable... ¡Miente usted! exclamó revolviéndose furiosa con los ojos llameantes . Es usted incapaz de sentir lo que ha hecho, porque en usted no hay más que envidia y vanidad. En el estado en que usted se halla sus palabras no tienen valor alguno.
¡Ser Prim! ¡Ilusión de los hijos del pueblo en los primeros albores de la ambición, cuando los instintos de gloria comienzan a despuntar en el alma, entre el torpe balbucir de la lengua y el retoñar, casi insensible, de las pasiones!
Un día le avisaron para llevar el Viático a un caserío próximo a la villa. Como era preciso caminar algún tiempo a campo traviesa, fue sin campanilla ni convocar a los fieles. Salió solo con el sacristán, la bolsa de los corporales colgada al cuello y en ella la Sagrada Forma. El camino ceñía a trechos la orilla de la mar. Fascinado como siempre por la inmensidad del océano, distrajo su atención del misterio inefable que llevaba sobre su pecho, dejó de balbucir oraciones y entregó su pensamiento a las mismas meditaciones que noche y día le embargaban hacía tiempo. Los rayos del sol desparramados sobre los cristales del agua le impulsaron a considerar la acción suprema, omnipotente de este astro sobre la vida terrestre.
Al conde le dio un vuelco el corazón y comenzó a balbucir lamentablemente: Yo no sé... La verdad que esta visita... Me alegraría que los rosales... Pero la dama, compadecida, no le dejó terminar. Pues, además de los rosales, vengo a ver toda la finca, y particularmente el bosque. Conque ya puede usted ir enseñándomelo dijo agarrándose resueltamente a su brazo.
¿Yo?... ¡ca hombre! no... ¡qué tontería!... de ningún modo... no lo creas... comenzó a balbucir torpemente como un hombre cogido infraganti de algún delito. Lo que está a la vista no se puede negar dijo Miguel sonriendo.
Era la atenta educadora que le hacía balbucir sus primeros pater, deletrear las primeras sílabas, trazar los primeros palotes. La que dirigió el desarrollo de esa inteligencia en capullo, planta frágil y preciosa entre todas, cuyas ramas inclina ella, como tutora vigilante, hacia la Belleza, hacia el Bien, hacia la Verdad.
Observamos que la Condesa dió un paso hacia su hijo; que su semblante hermoso y venerable se contrajo, desfigurado por la ira; que extendió sus brazos; que comenzó a balbucir con locución atropellada, cual si su indignada lengua no acertara a encontrar una palabra bastante dura, bastante enérgica para tal situación; la vimos después llevarse ambas manos a la cabeza, retroceder, vacilar, apoyarse en el hombro de D. Paco, y por último, reponerse, erguirse, serenarse, mirar a su hijo con desdén, señalar a la calle, donde de improviso empezaba a oírse fuerte redoblar de tambores, y decir: El ejército se va.
Mendoza se puso colorado y comenzó a balbucir: ¡Yo no he sido!... ¡Demasiado sé yo!... El conde se ha empeñado... Decía que era necesaria una persona... No nos atrevimos a ponerte a ti por si no querías... De todos modos ya sabes... Bueno, bueno; ya lo sé todo repuso Miguel con acritud. Pero estas cosas, querido Perico, se dicen por si no convienen. Así quedó el asunto.
Palabra del Dia
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