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Actualizado: 11 de junio de 2025


Velázquez mintió; dijo que había recorrido antes otros dos, y que en ellos había bailado; pero aunque tenía por cierto que la vecina se lo diría, no tuvo valor para confesar que había estado antes en su casa, esperando que de aquella conferencia saldría algo que evitase tal humillación.

Gonzalo, en el medio del salón, mostrábase también alegre, departiendo cuándo con una, cuándo con otra dama. Había bailado con su cuñada un rigodón, y una polka y un vals con dos amigas de su esposa. Sudaba copiosamente. No cesaba de limpiarse la frente con el pañuelo. Su gran figura de coloso, descollaba como una torre por encima de todas las cabezas.

Si no hubiese estado usted presente, me habría jugado una mala partida: esos maridos marinos son capaces de todo. Las cartas me han anunciado repetidas veces que yo moriría de muerte violenta, y es que las cartas conocían al señor Chermidy. Tarde o temprano me habría retorcido el cuello, y hubiera bailado el día de mi entierro.

Los que habían bailado con las bellezas de la sala tenían la cara resplandeciente de felicidad y acogían, sonriendo, las bromitas de sus amigos, mientras los que habían apechugado con las feas, un tanto mohínos, ponían por las nubes la destreza en el baile de sus parejas.

Es que el Inglés sabe beber, pero no comer, y tiene el gusto en el estómago, especie de tonel, mas bien que en el paladar. A bordo del Thames se habia reunido una sociedad de las mas heterogéneas. En primer lugar debo citar á nuestro Irlandes del vapor Bogotá, que habia bailado tan alegremente el currulao con las negras lustrosas de la aldea de Regidor, á orillas del rio Magdalena.

Bettina piensa en los jóvenes Turner, Norton, en Pablo de Lavardens, que dormirán tranquilamente hasta las diez de la mañana, mientras Juan recibirá este diluvio. ¡Pablo de Lavardens! este nombre despierta en su espíritu un recuerdo doloroso: el vals de la víspera... ¡Haber bailado así, cuando la pena de Juan era manifiesta!

¡Vaya una grasia mohosa!... Pero, hombre, ¿tienes la desvergüenza de quejarte? ¿De cuándo acá el pie de una andaluza puede hacer daño al de un gallego? Y era verdad. Aunque sus pies diminutos hubieran bailado sobre los míos, creo que no me harían daño. Por otra parte, nadie reparaba en nosotros, y podíamos bailar lo mal que quisiéramos sin llamar la atención.

Cuando el sacerdote terminó la ceremonia, mi tío se echó en brazos de Fernanda y Montifiori en brazos de su hija: los amigos hicieron iguales demostraciones con los novios; no hubo sollozos ni lágrimas, y apenas hubieron terminado las felicitaciones, cuando la orquesta inició el baile, con aquel mismo vals de Metra que yo había bailado con Blanca un año antes, en el Club del Progreso.

Después dio comienzo a unas seguidillas. ¡Cállese usted, hombre, que no puedo oír eso sin que se me alegren los pies! exclamó la hermana haciendo un gesto expresivo. ¿Baila usted? preguntó Suárez. En otro tiempo... ¿Te acuerdas, primita, cuánto hemos bailado en tu casa? ¡Qué jaquecas hemos dado a la pobre tiita! ¿Quién se acuerda de eso? dijo la hermana María de la Luz ruborizándose.

Isidro, en sus tiempos de estudiante, había tomado lecciones de sus amigas de los cafés cercanos a la Universidad. Feliciana había bailado con sus compañeras, y fue ella la que, guiada por el instinto femenil, siguió mejor el ritmo de la música, arrastrando a su pareja.

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