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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Una verdadera oleada de perfumes sube del jardín hasta él, un soplo ardiente le azota el rostro, y gotas de lluvia tibia le acarician las mejillas. Por momentos, los toneles de alquitrán que arden en la aldea lanzan llamaradas a través de las masas de vapor obscuro que velan el horizonte. Juan fija sus miradas abajo. Espera. El corazón salta en su pecho.

Oír el agua que azota los cristales allá fuera, y estar compadeciéndose de un pobre niño perdido en los hielos... ¡qué delicia para un alma tierna, a su modo, como la de la señora Marquesa!

1123 También los árboles crujen si el ventarrón los azota, y si aquí mi queja brota con amargura, consiste en que es muy larga y muy triste la noche de la redota. 1124 Y dende hoy en adelante, pongo de testigo al Cielo para decir sin recelo que, si mi pecho se inflama. No cantaré por la fama sino por buscar consuelo.

Empero en ningún sitio éste es más áspero, más avinagrado. La triste barrera de lodos del Charante, y luego la dilatada faja de arenas que le detienen por espacio de cincuenta leguas, pónenle malhumorado. Cuando no desencadena su cólera sobre Bayona y San Juan de Luz, azota la pobre Gironde. No se desliza, como el Sena, abrigado por varias costas, sino que va en línea recta al ilimitado Océano.

Encendido en rabia, marcha en contra mía como pirámide ambulante, y reconociéndome por un mortal, furioso y despechado hiere el suelo con su planta, y trastorna la mitad de la Arabia. Me asalta y prende como el sacre a la paloma: con sus alas fulminantes me azota y me maltrata, me abrasa con su aliento de ascua, me lanza en el aire y me rechaza al suelo.

Los síntomas de defunción se ven por todas partes. ¿Dónde está la fe que arrastraba a la muchedumbre belicosa de cruzados? ¿Dónde el fervor que levantaba catedrales con seráfica paciencia durante doscientos años para albergar una hostia bajo una montaña de piedra? ¿Quién se azota hoy y martiriza su carne y vive en el desierto, pensando a todas horas en la muerte y el infierno...? En España, tres siglos de intolerancia, de excesiva presión clerical, han hecho de nuestra nación la más indiferente en materias religiosas.

Te lo juro... No parece sino que yo te he engañado alguna vez. ¡Qué cosas tienes!... Pero te has de acostar... Si no tengo sueño, a Dios gracias. Cuando duermo algo, sueño que soy hombre, es decir, que la bestia me amarra, me azota y hace de lo que le da la gana... ¡Infame carcelero! Impaciente, Fortunata se lanzó a las determinaciones que exigen los casos graves.

El viento se retuerce en el hueco de las ventanas, la lluvia azota los cristales, las puertas cerradas tiemblan en sus goznes. ¡Toc-toc!... ¡Toc-toc!... Aquellas puertas de vieja tracería y floreado cerrojo, sienten en la oscuridad manos invisibles que las empujan. ¡Toc-toc!... ¡Toc-toc!... De pronto pasa una ráfaga de silencio y la casa es como un sepulcro.

Y sin embargo de todo esto, Facundo no es cruel, no es sanguinario; es el bárbaro, no más, que no sabe contener sus pasiones, y que, una vez irritadas, no conocen freno ni medida; es el terrorista que a la entrada a una ciudad fusila a uno y azota a otro, pero con economía, muchas veces con discernimiento; el fusilado es un ciego, un paralítico o un sacristán; cuando más el infeliz azotado es un ciudadano ilustre, un joven de las primeras familias.

La lluvia azota los cristales de la ventana y se ahíla en un lloro terco y frío, de una tristeza monótona, que parece exprimir toda la tristeza del invierno y de la vida. La ventana se abre sobre el mar, un vasto mar verdoso y temeroso.

Palabra del Dia

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