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Actualizado: 25 de junio de 2025
Esa dijo Lorenzo Fréitas a nuestros cuatro aventureros es la isla de Madera, descubierta por Juan Gonzalves y Tristán Vaz en tiempo del glorioso Infante Don Enrique, instigador y fundador de nuestras grandes empresas marítimas, hoy tan en auge.
Narada entró luego en pormenores a fin de exponer y de explicar los medios con que contaba y las probabilidades de buen éxito. El ambicioso Morsamor se dejó convencer al cabo. Narada y otros importantes personajes que habían venido con él disfrazados de fakires, debían servir de guía a Morsamor y a su hueste, compuesta de 300 aguerridos y audaces aventureros.
Se parecían a los aventureros de vida novelesca y obscura que en nuestros tiempos viven en las minas del África del Sur, en las praderas de Australia, en el Oeste de los Estados Unidos o en las pampas de la Argentina, vagabundos cuya verdadera nacionalidad se ignora, que llevan con ellos un ensueño, una energía latente, y se introducen por medio del matrimonio en familias poderosas que les ayudan, acabando por triunfar.
Los jóvenes aventureros, sin embargo, no habían hecho bien sus cálculos pecuniarios, y se vieron forzados á vender una mula, aunque de nada les sirviera, puesto que en Segovia quisieron desprenderse de algunas alhajas; el platero, á quien intentaron venderlas, creyó que las habían robado y fueron encerrados en la cárcel, hasta que el Corregidor sospechó felizmente la verdad del caso, y los obligó á volver á Madrid de nuevo.
Y en este templo milenario, de soberana belleza, se cantó durante ochenta años el Te Deum en honor de los duques aragoneses y predicaron los sacerdotes en catalán. La república de aventureros no se ocupó en construir ni en crear. Nada quedó sobre la tierra griega como rastro de su dominación: edificios, sellos ó monedas.
Había trasladado cargamentos de chinos de Hong-Kong a San Francisco de California; montañas de trigo de Odessa a Barcelona; recordaba viajes a Australia, a la vela, por el cabo de Buena Esperanza; hacía memoria, con sonrisa pudorosa, de sus juergas de la Habana, en plena juventud, con ciertos marinos rumbosos como nababs y valientes y crueles lo mismo que los aventureros de otros siglos, los cuales, al bajar a tierra, gastaban en unas cuantas noches la ganancia de sus viajes desde las costas de África con la bodega abarrotada de negros.
Pues para que no se vuelva merienda de negros debemos seguir combatiendo en la Grande Antilla dijo entonces D. Valentín. Los cubanos, ni con mucho, son todos rebeldes, y tenemos el deber de defenderlos de los foragidos y de salvarlos de la rapacidad y de la insolencia tiránica de los aventureros que quieren apoderarse de la isla.
No; llegaban a la isla donde muchas veces había pasado las tardes Rafael, oculto en los matorrales, aislado por el agua, soñando con ser uno de aquellos aventureros de las praderas vírgenes o de los inmensos ríos americanos, cuyas peripecias seguía en las novelas de Fenimore Cooper y Maine Reid.
Varones cristianos arrastrados a la guerra por sus trampas; los míseros terrenos de su señorío empeñados en manos del israelita; y con ellos un tropel de jinetes con cascos alados y cimeras espantables de dragón; aventureros que hablaban diversas lenguas, soldados errantes en busca de la rapiña y el saqueo bajo la cruz; «lo peor de cada casa», que apoderándose del inmenso jardín, se instalaban en los palacios, y se convertían en condes y marqueses para guardar con sus espadas al rey aragonés aquella tierra privilegiada que los vencidos seguirían fecundando con su sudor.
Les bastaba para realizar este milagro con tender una línea de ferrocarril. Costas inhospitalarias y desiertas brillaban de pronto con los focos eléctricos de sus puertos. Establecían una nueva línea de navegación, y el gran rebaño emigrante, los aventureros inquietos que todo lo transforman, llegaban hasta donde era la voluntad de los taumaturgos ocultos en la sombra...
Palabra del Dia
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