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El padre Aliaga levantó la vista de sobre la alfombra y la fijó en la reina. Margarita de Austria sonreía; su sonrisa era la expresión de un contento íntimo, y aumentaba su dulce belleza. La mirada que el padre Aliaga fijó en la reina, era la perpetua mirada que el mundo conocía en él: reposada, tranquila, y aun nos atrevemos á decirlo: ascética.

Pues no os entiendo. Es muy claro: tengo que querellarme á vos de vos y por vos, porque don Felipe de Austria ofende al rey de España. ¿Qué ofendo yo al rey de España? ¿Es decir, que yo, á mismo?... pues lo entiendo menos.

La Condesa, con admirable economía, fue poco a poco pagando todas las deudas del Conde, y halló además recursos para dar carrera a sus hijos varones, que fueron militares, unos al servicio de Prusia, otros al de Austria, y otros al de Baviera.

Sabido es lo que eran las córtes en España bajo la casa de Austria. La guerra de los comuneros habia sido la última llamarada deslumbradora de la antigua representacion nacional: despues de ella nada quedó del principio democrático, nada de la independencia nobiliaria, nada del predominio del alto clero.

Me apresuro á protestar contra la deduccion que pudiera hacerse suponiendo que en política yo prefiero el sistema de la mayor parte de los gobiernos alemanes: no, de modo alguno, y hasta inútil era esta protesta, pues escritas y publicadas están mis opiniones sobre el gobierno de Austria.

Ana de Austria, cuyas carnes eran citadas como un modelo de frescura, moría de una úlcera; la Princesa de Subiza, una rubia deslumbradora, se derritió, si vale decirlo así, cayendo sus carnes á jirones.

Las santísimas formas de Alcalá, auto sacramental, del Dr. D. Juan Pérez de Montalbán. El sol á media noche, auto del nacimiento de Christo, de Mira de Mescua. La gran casa de Austria, auto sacramental, de Don Agustín Moreto. Entre día y noche, auto sacramental, del maestro José de Valdivieso. La cena de Baltasar, auto sacramental, de D. Pedro Calderón.

¿Qué estáis diciendo? He tenido celos de una mujer cuando creí amar á don Rodrigo... ahora... ¡ahora le aborrezco! Hacéis mal. ¿Que hago mal? ¿Sabéis para qué llamaba la reina á Calderón en aquellas cartas? Quevedo hablaba á bulto, porque como saben nuestros lectores, no las conocía. ¿Para qué llama una mujer á un hombre? Margarita de Austria, más que mujer es reina.

Tal fué, en efecto, su valor, que cuando D. Juan de Austria, al día siguiente de la batalla, recorrió toda la armada, distinguió particularmente á Cervantes y mandó que añadiesen á su sueldo un plus importante. Sábese que la victoria no tuvo grandes resultados.

Con esto el P. Orozco ordenó al P. Arce que fuese en busca del origen del río Paraguay explorando en el ínterin las voluntades de los Chiquitos y de las otras naciones que hallase dispuestas á recibir el Santo Bautismo, y que á lo largo de la costa de aquel río esperase á los Padres Constantino Díaz, natural de Ruinas, en Cerdeña; Juan María Pompeyo, de Benevento, en el reino de Nápoles, Diego Claret, de Namur, en la Galo-Bélgica; Juan Bautista Neuman, de Viena, en Austria; Enrique Cordule, de Praga, en Bohemia; Felipe Suárez, de Almagro, en la Mancha, y Pedro Lascamburu, superior de todos, de Irún, en Guipúzcoa; todos los cuales, saliendo de las Misiones de los Guaraníes, emprendían por agua el camino hacia el lago de los Xarayes para ser sus compañeros en la conversión de aquellos pueblos.