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¡Adiós! me contestó; y antes de poder dirigirle la palabra, diome la espalda y corrió cantando hacia adentro como una locuela; me asomé a la sala y vi desaparecer su vestido blanco en las últimas habitaciones de la casa. No cómo me encontré en la calle.

Yo asomé la cabeza por la ventanilla de la carroza, y al ver un animal monstruoso que adelantaba con una rapidez horrible por el sendero junto al cual estaba mi servidumbre, grité: Apartáos, caballeros, apartáos, yo os lo permito . Unos por miedo, otros por afición á la caza, se apartaron lejos ó siguieron al jabalí; don Rodrigo no se movió de junto á la portezuela, á pesar de que el jabalí pasó tan cerca de él que le hirió, aunque débilmente, el caballo, y quedó solo al lado de la carroza; toda mi servidumbre: picadores, monteros, guardias, se habían alejado.

Salté entonces de la cama para acabar de despabilarme y de sosegar con ello el agitado espíritu, y me asomé al cuarterón entreabierto. ¡Otra sorpresa!

Me asomé a la ventana, y escruté con ojos ansiosos el horizonte, que ya no era ondulante, sino llano y dilatado, cubierto de sembrados, de olivos, de naranjos, cuyos distintos verdes lo matizaban alegremente. Los setos azulados de pita contribuían poderosamente a embellecerlo, y le daban ya un carácter enteramente meridional. El río se desplegaba majestuoso por medio del extenso valle.

Después se acercó á la puerta y posando los labios sobre la cerradura preguntó en voz de falsete también: ¿Dónde están? Un hombre saltó la tapia de la huerta; le sentí caer sobre el montón de leña que hay allí arrimado. Me asomé y le vi acercarse á la casa y escalar la pared respondió D.ª Robustiana por el mismo procedimiento. ¿Despertaste á Regalado?

En la calle se oyeron rodar carruajes, pero el ruido de los coches también se extinguió y todo quedó en silencio. Entonces me asomé otra vez por la puerta del patio: había quedado completamente solo, la puerta de la calle estaba entornada, cerradas las de las habitaciones; la tarde avanzaba y la humedad de un día lluvioso daba a aquella escena un aspecto tristísimo.

Le pagué lo que me dijo y me acosté. Seguía lloviendo; el agua azotaba los cristales, el viento silbaba furioso, dando unas notas de tiple extraordinarias. Me metí en la cama y me dormí al momento. Me desperté antes del amanecer con un sobresalto. Me asomé a la ventana; no llovía; me vestí rápidamente y bajé las escaleras.

Me asomé por la puerta que daba al patio y vi muchos hombres vestidos rigurosamente de negro que se congregaban en pequeños grupos, saludándose reverenciosamente los unos con los otros; todos parecían estar muy tristes y pensativos, a juzgar por la gravedad de sus rostros.

Bueno, pues mire usted, yo se lo diré a usted en cuanto huela que la señorita está por usté; antes no porque me quedo en mitá de la calle: luego ustés harán lo que quieran; pero le azvierto a usted una cosa, y es que..., la verdad, yo no si la señorita el día de mañana le pondrá a usted buenos ojos, no la conozgo bastante... y ya sabe usted lo que son las señoras...; lo que , de seguro, es que tiene mucho miedo a la vecindaz, que está llena de amigas y conocías suyas por toos laos; en casa no entra dengún señor... y, en fin, que en cuanto se asome usted por allí, ha perdío usted el pleito.

La puerta no estaba abierta; Pensé si alguien habría advertido en la casa que la cerrasen aquella noche; quizá la cerraron por el viento. Me asomé a la ventana. La altura no era grande. Salté a la calle. Encontrándome solo, sin la compañía de Allen y de Ugarte, me sentía más enérgico y con mayor miedo de ser preso. Todo, antes de volver al pontón.