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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Venid conmigo, y en el umbral de mi Casa me veréis pedir una limosna para vosotros. Después, cúmplanse tus maldiciones, y lleven los perros por este arenal mi corazón desesperado. El Caballero sale de la cueva. La lluvia moja su cabeza blanca y su barba patriarcal que aborrasca el viento, llevándola de uno al otro hombro. La viuda, el loco y los niños le siguen como sombras de su delirio.
Dejando la bocana del Maruhi en la que se ven las ruinas de un castillejo, nos pusimos á la altura de la isla de Capuloan teniendo siempre á estribor la costa. Aquella isla la divide el arenal de Tulay-buhangin, cuyo arenal lo cubren las altas mareas formando un canal que une á Capuloan con Lipata, islas que al bajar las aguas se confunden en una.
La alegre locura le rechazaba como un desertor indigno; su porvenir era engordar dentro del hábito de hombre serio. En la calle del Arenal oyó que le llamaban. Era un diputado, un camarada de banco que volvía de la sesión. Compañero; deje usted que se le felicite: estuvo usted archimonumental. El ministro ha hablado con gran entusiasmo de su discurso al presidente del Consejo.
No era caso de gravedad: inapetencia, cansancio. Quería abarcar demasiado y los negocios minaban su salud. Es la crisis que él temía pensó el médico. Pero cuando no me llama sus razones tendrá... Debe haber cambiado mucho aquella casa. Y seguía en Gallarta, con el propósito de no visitar á su primo hasta que éste le llamase. Un día, en Bilbao, se encontró en el Arenal con el capitán Iriondo.
Pues andar a pie pareciera mal y más entonces, fuime a San Filipe y topéme con una lacayo de un letrado, que tenía un caballo y le aguardaba, que se había acabado de apear a oír misa. Metíle cuatro reales en la mano, porque mientras su amo estaba en la iglesia me dejase dar dos vueltas en el caballo por la calle del Arenal, que era la de mi señora.
¡Tiempo de aguas!....¡Tiempo de tormentas!.... ¡Tiempo maldito!....¡Miseria para los pobres!....¡Lutos y hambres!....¡Cúbrese el sol!....¡Sentarvos en la tierra a descansar, mis hijos!...¡Aún hemos de ir mucho por este arenal!...¡Vos dolerán los pies si no descansáis!... ¡Repartirvos ese pan!....¡Tiempo de tormentas!....¡Tiempo de dolor!...
Parece que el hombre hubiera huido de aquellos desiertos del bajo Magdalena, como de una tierra maldita, donde el sol devora, el suelo es un arenal inmenso mas ó ménos poblado de árboles medio desnudos.
Cuando llegué á la meseta, vi á mi derecha la línea sombría del arenal, cortar en lontananza una faja de horizonte más lejana aún, ligeramente ondeada, azul como la mar, inundada de sol, y que parecía abrir en medio de aquel paraje desolado la repentina perspectiva de alguna región radiante y pintoresca: era en fin la Bretaña.
Por la calle del Arenal encontró a Joaquinito Pez, el cual, muy gozoso, le dijo: «Hemos tenido parte, mañana llegan». Oír esto Rosalía, y ver el cielo abierto, la cerrazón de su alma despejada, la cuestión del día 9 resuelta, y el mundo mejorado, y la humanidad redimida de sus añejos dolores, fue todo uno.
El hombre á quien, como al extremo de una cola, seguía el bufón, recorrió parte de la calle del Arenal, la de las Fuentes, atravesó la Mayor, la plaza Mayor luego, y por la calle de Toledo, torció hacia Puerta Cerrada; pero de repente se detuvo: á la luz del farol de una imagen puesta en una esquina, le vió el bufón desnudar la espada y partir luego á la carrera hacia la Cava Baja de San Miguel, donde un momento antes habían sonado voces de ¡ladrones! y poco después ruido de espadas.
Palabra del Dia
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