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Actualizado: 13 de mayo de 2025
¡Pedro! un esfuerzo dijo Montiño acercando su semblante al de su hermano, que empezaba ya á descomponer la muerte : ¡Pedro, el nombre de su padre! Su padre es... el gran... el gran... duque de Osuna. ¡Ah! exclamó Montiño . ¿No deliras, hermano? ¡El duque... de Osuna! repitió el arcipreste, haciendo un violento esfuerzo, que acabó de postrarle. ¿Y su madre...? ¿su madre...? La duquesa... de...
¡Ah! ¡os envía mi hermano el arcipreste! perdonad, perdonad otra vez; estos pajes... ¡eh! ¡dejad ahí esas fuentes; son de la tercera vianda, venid para acá! pero señor, ¿qué hacen esos veedores? ahora tocan las empanadas de liebre, los platillos á la tudesca y las truchas fritas.
El Arcipreste estaba muy locuaz aquella tarde. La visita de Obdulia a la catedral había despertado sus instintos anafrodíticos, su pasión desinteresada por la mujer, diríase mejor, por la señora. Aquel olor a Obdulia, que ya nadie notaba, sentíalo aún don Cayetano. El Magistral contestaba con sonrisas insignificantes. Pero no se marchaba. Algo tenía que decir al Arcipreste.
Reíanse de todo corazón los muchachos y el buen Arcipreste quedaba en sus glorias, logrando con los pies triunfos que ya su pluma no alcanzaba en los tiempos de prosa a que habíamos llegado.
El Arcipreste procuró que se encontraran y por su confianza con la Regenta facilitó la entrevista. Pocas veces habían cruzado la palabra la hermosa dama y el Provisor, y nunca había pasado la conversación de los lugares comunes a que obliga el trato social. Doña Ana Ozores no era de ninguna cofradía.
Naturalmente hablaban de la batalla próxima, del candidato y de otras particularidades referentes a la elección. El arcipreste lo veía todo muy de color de rosa, y estaba tan cierto de vencer, que ya pensaba en llevar la música de Cebre a los Pazos para dar serenata al diputado electo. Don Eugenio, aunque animado, no se las prometía tan felices.
»Cura arcipreste de la catedral de Aiglemont,» »da las gracias a la señorita Celestina Robert por su interesante comunicación, que ha llegado tarde. Por este año no es posible ningún cambio en la reglamentación de las fiestas habituales. El señor Labertal aprovecha la ocasión para recomendaros a las buenas oraciones de la señorita Robert.»
¡Soy yo, hermano mío!¡soy yo! dijo Montiño, estrechando las manos al arcipreste. ¡Allí! ¡allí! dijo el moribundo, extendiendo el brazo hacia el fondo de la alcoba de una manera vaga y penosa. Sí, sí; no te fatigues, hermano mío: allí está el cofre que encierra la fortuna de Juan. Sí dijo el moribundo.
Se muere mi tío el arcipreste y va á cerrarle los ojos. ¡Ah! pues si no puedo ver á vuestro tío, me importa poco que tarde nuestro hombre; entre tanto á dormir me echo. ¡A dormir! Sí; he encontrado aquí un poyo bienhechor, y estoy cansado. Y luego, ¿de qué hemos de hablar? No conocéis á esta dama... no puedo aconsejaros á ciencia cierta... me callo, pues, y duermo. Avisadme cuando sea hora.
Tenía que hacerle ciertas preguntas que, no tratándose del Arcipreste, podrían ser peligrosas. Glocester había olido algo. «¿Cómo no se marchaba el Magistral? ¿Cómo sufría aquella jaqueca? No, pues él tampoco dejaba el puesto». Era el de Mourelo el más cordial enemigo que tenía el Provisor.
Palabra del Dia
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