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Actualizado: 7 de mayo de 2025
No comprendía.... Pero de repente, el corazón le dio dos latigazos, y un sudor frío comenzó a correrle por la espalda: las piernas, cometiendo la bellaquería que solían en los casos apurados, se le declararon en huelga, como si huyeran solas del apuro. El físico, la parte material, le anunciaba un peligro de que su oscuro entendimiento no se daba cuenta todavía. Allí había algo serio; ¿pero qué?
Yo no sé adónde me guía, y así, navego confuso, el alma a mirarla atenta, cuidadosa y con descuido. Recatos impertinentes, honestidad contra el uso, son nubes que me la encubren cuando más verla procuro. ¡Oh clara y luciente estrella, en cuya lumbre me apuro!; al punto que te me encubras, será de mi muerte el punto.
En otras ocasiones, pedía el marqués, corriendo, mil duritos para salir de un apuro. «Tómalos de un comerciante de Málaga escribía a D. Acisclo , prometiendo pagarlos en aceite dentro de dos meses, que será la cosecha».
¡Pero está loco, Dios mío! dijo el cocinero mayor guardando todo aquello con precipitación, como si hubiera temido que se lo robasen las paredes . ¡Y marcharse sin que yo haya podido decirle el apuro en que me encuentro con el inquisidor general... mis negros, mis terribles apuros! ¡Vive Dios que se conoce en él la sangre de los Girones!... Y al fin me servirá de mucho... me vengará ahora mucho mejor que antes, porque al fin él me ha dicho que siente mucho no poder seguir llamándome su tío.
Entrose en la alcoba, y allí se estuvo algunos momentos, mientras yo pasaba fuera las de Caín, inquieto, aterrado, dando vueltas a la imaginación para hallar el mejor medio de salir del apuro en que tan imprudentemente me había metido. Porque ¿qué iba a decir aquel buen señor en cuanto tuviera noticia de la inaudita pretensión que allí me traía? ¿No me tomaría por loco?
Ha de estar cerca de Vetusta para que Benítez pueda hacernos frecuentes visitas y para trasladar a Ana pronto a la ciudad en caso de apuro; ha de ser bastante cómoda, amena, ofrecer un paisaje alegre, tener cerca agua corriente, yerba fresca, leche de vacas... ¡qué sé yo! Don Álvaro tuvo una inspiración en aquel momento. Se acercó al oído de Paco y dijo: ¡El Vivero!
La turbación y el apuro de D. Luis subieron de punto cuando oyó contar a su padre toda la historia en lacónico compendio. ¡Qué sorpresa! dijo , ¡qué asombro habrá sido el de Vd.! Nada de sorpresa, ni de asombro, muchacho.
Méndez fue el discípulo fiel que acompaña siempre a los grandes hombres en su agonía. Las últimas cartas del Almirante lo elogian y lo recomiendan a la gratitud de sus descendientes, que jamás hicieron nada en su favor. Cuando, en el último viaje, el más desgraciado de todos, el descubridor se veía en un apuro, sus ojos lacrimosos de viejo buscaban a Méndez. «¡Hijo!, ¡hijo!», le decía.
Allí estaba su hermano, que solamente con una palabra podía sacarla del apuro; pero no había que pensar en semejante miserable, capaz de dejar perecer a toda su familia antes que desprenderse de una peseta. ¡Qué angustiosa situación! ¡Y que una persona distinguida como ella tuviera que verse en tal aprieto por unas cuantas pesetas, cuando tantos miles había arrojado por la ventana en otros tiempos...!
Pero es preciso que os devuelva vuestro dinero, os debo mucho, mucho dinero. ¡Oh! por eso no, más tarde, no tengo apuro, ahora estoy muy tranquilo! mi crédito no corre ningún peligro.
Palabra del Dia
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