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Me apeé de un brinco; y sin cuidarme del caballo, comencé, mientras andaba hacia ella con el sombrero en la mano, a deshacerme en excusas, a explicarla el suceso... Yo tenía muchísimo gusto en ponerme a sus pies, en conocerla personalmente, en ofrecerla mis respetos; pero esto lo hubiera hecho... pensaba hacerlo, a otra hora menos intempestiva... a mi vuelta por la tarde... la culpa era de aquel diablillo que, sin darme tiempo para explicarme, se había apresurado a llamarla...

Y aclaróseme tanto en materia de ser pobre, que me confesó, a media legua que anduvimos, que si no le hacía merced de dejarle subir en el borrico un rato no le era posible pasar adelante, por ir cansado de caminar con las bragas en los puños; y movido a compasión, me apeé, y como él no podía soltar las calzas, húbele yo de subir. Y espantóme lo que descubrí en el tocamiento, porque por la parte de atrás, que cubría la capa, traía las cuchilladas con entretelas de nalga pura.

¡Por Dios, García! Lo dicho... Tiene más riqueza de tropos. De eso no hay quien me apee... Además, te lo diré francamente añadió parándose y ahuecando la voz , no transijo, no puedo transigir con la metonimia que Rojas emplea en el quinto verso de la segunda octava. Es más que atrevida, disparatada.

No necesitas decirme nada, porque, como si hubiera estado yo escondidita detrás de una cortina, todo lo que hablasteis... ¿A que no me equivoco? Pues te dijo que lo que a me pasa es por mi maldita costumbre de no llevar cuentas. No hay quien le apee de esa necedad.

Al poco tiempo subia en un ómnibus que me llevó al Palacio Real, y luego en otro que tenia la carrera de San Club, haciendo escala en el arco de la Estrella. Allí me apeé y seguí hasta el bosque de Bolonia. El bosque de Bolonia no es un paseo, propiamente hablando: es una selva que tiene leguas de extension: es el desahogo de las gentes de carruaje que van allí, como se va á tomar aires al campo.

Acabó de repasarles las espaldas, volvió y llevóme a su casa, donde me apeé y comimos. Libro Segundo: Capítulo IV: Del hospedaje de su tío, y visitas; la cobranza de su hacienda y vuelta a la corte. Tenía mi buen tío su alojamiento junto al matadero, en casa de un aguador.

Y aún decía Nicolás que tomaba chocolate no por tomarlo, sino nada más que por fumarse un cigarrillo encima. ¿Y qué resultó anoche? preguntó doña Lupe al ponerle delante todo aquel cargamento. Pues nada, que no hay quien le apee respondió el clérigo, sumergiendo el primer bizcochito en el espeso líquido . Lo que usted decía: no es posible quitárselo de la cabeza.

¡Socorro, caballero! gritan á un tiempo Soledad y su compañera asidas por aquellos bárbaros. ¿Qué es eso? preguntó el jinete. ¡Á ver si dejáis ahora mismo á esas chicas! Siga usted su camino, señorito, y no se meta donde no le llaman... ¡No sea que se le apee del jaco por las orejas! dijo uno de ellos. ¿Á , granuja? exclamó el caballero apeándose de un salto.