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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Poco a poco y noche tras noche fuí entablando amistad con la Pinta. Era una mujer dulce, triste y reconcentrada, o, según el tecnicismo de la Piernavieja, una simple que no servía pal caso. Apenas se comunicaba. Una noche me dijo que tenía poco más de treinta años; aparentaba menos de treinta. Otra me declaró el lugar de su nacimiento: la ciudad de Pilares.

Hablando así se quitaba el sombrero, luego el abrigo, después el cuerpo, la falda, el polisón, y lo iba poniendo todo con orden en las butacas y sillas del aposento. Estaba rendida y no veía las santas horas de dar con sus fatigadas carnes en la cama. El esposo también iba soltando ropa. Aparentaba buen humor; pero la curiosidad de Jacinta le desagradaba ya.

Porque era grande la diferencia de edad que había entre ambos. Nuestro muchacho aparentaba unos diez y ocho años. Su rostro imberbe, fresco y sonrosado como el de una damisela; el cabello rubio; los ojos azules, suaves y tristes. Aunque vestido con americana y hongo, por su traje revelaba ser una persona distinguida. Iba de riguroso luto, lo cual realzaba notablemente la blancura de su tez.

Conociendo como conocía yo la entereza de carácter y los sentimientos de mi tío, evidente era que andaba en lo cierto en aquella suposición, y que por cierto lo tenía él aunque aparentaba lo contrario; pero yo no podía declarárselo así, porque declarándolo, o me manifestaba a sus ojos descariñado e inclemente, o aceptaba un compromiso que no podía aceptar, porque era otro muy distinto del suyo mi modo de ver aquellas cosas.

En ambos se conservaba vivo, no obstante, el recuerdo de sus amores. A ella la agitaba un deseo punzante de venganza. Mientras aquel hombre anduviese en sociedad tan contento como aparentaba, se sentía humillada. En él, a pesar de su disfraz de indiferencia, ardía el fuego del amor o por lo menos del deseo.

Aunque habitaba enteramente sola y cuando joven era bella supo defender su honestidad tan bravamente que los mozos de la parroquia le pusieron por sobrenombre la Pura y este apodo le quedó. Ahora ya era vieja, aunque no tanto como aparentaba. Los rudos trabajos, las privaciones y la acción de la intemperie habían arrugado su rostro antes de tiempo.

Usted vivía con ella, y la vigilancia, la crueldad de tres señoras ridículas y de un viejo extravagante impedían que la viera, que la socorriera, librándola de tantos martirios. Usted vivía allí, y no le hablaba, no le consolaba, no aparentaba quererla. "He aquí mi ocasión dije yo. Lázaro aparece á sus ojos como un ingrato: ¿no será posible que ella le desprecie?

Pero el vecino tenia un sueño mortal, por haber pasado la noche en diligencia, y la vecina, que no parecia tenerlo igualmente, lo aparentaba; de modo que guardábamos completo silencio, con indiferencia recíproca en apariencia.

Carmen tenía unos veinte años, pero por ciertos modos ingenuos y por algo de frágil que en toda su persona había, aparentaba diez y seis. El color de las mejillas y de los labios parecía más vivo por la blancura mate de la cara y de las manos. Alguna asimetría de la frente se anegaba en el esplendor de los grandes ojos grises, que daban la impresión de ser negros, por la anchura de las pupilas.

Ambos estuvieron callados un mediano rato. ¿Creía Jacinta aquellas cosas, o aparentaba creerlas como Sancho las bolas que D. Quijote le contó de la cueva de Montesinos? Lo último que Juan dijo fue esto: «Ahora juzga como te parezca bien lo que acabo de confesarte, y compara lo bueno que hay en ello con lo malo que habrá también. Yo me entrego a ti».

Palabra del Dia

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