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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Cierto es que Antonia por propio instinto y conceptuando como cosa muy natural el proceder de su prima, aparentaba no dar ninguna importancia a aquellos actos que tiempo atrás habrían herido tanto su corazón como su orgullo; antes bien, parecía que las faltas de Magdalena le inspiraban compasión. Siendo ella quien debía perdonar parecía que era quien imploraba perdón, por culpas imaginarias.
Más que guerrero, aparentaba ser hombre de estudio, y su frente, que sin duda encerraba altos y delicados pensamientos, no parecía la más propia para arrostrar los horrores de una batalla. Su endeble constitución, que sin duda contenía un espíritu privilegiado, parecía destinada a sucumbir conmovida al primer choque.
Por lo bien que decía las cosas y la gracia de sus juicios, aparentaba saber más de lo que sabía, y en su boca las paradojas eran más bonitas que las verdades. Vestía con elegancia y tenía tan buena educación, que se le perdonaba fácilmente el hablar demasiado.
Uno de los más chiflados de la escuela se esforzaba en convencer a Rubín, tomando ese tonillo de unción y ese amaneramiento de cuello torcido y ojos bajos en que cae todo propagandista de doctrina religiosa, cualquiera que sea. Feijoo aparentaba creer, por darles cuerda y oírles desatinar.
Don Paco aparentaba aquietarse al oír tal explicación; pero en realidad no se aquietaba; y mostrando el verdadero interés que el buen nombre de Juanita le inspiraba, insinuaba que, aunque todo fuese moral e inocentísimo, convenía, a fin de evitar el qué dirán, no recibir a Antoñuelo con tanta frecuencia.
No era fea, y lo parecía; era más joven que Santiago, el droguerillo, y representaba diez años más que él; estaba bien metida en carnes, y aparentaba lo contrario; tenía excelente corazón y el alma en su correspondiente almario, y parecía una estatua de pedernal.
Usted me dirá... ¿qué susto es ése? ¡El que yo tengo! debió responder Mario, pero no lo dijo. Limitose a llevarse la mano a la boca para toser, sin gana por supuesto, y profirió con trabajo: Si a usted le parece, podemos sentarnos. Con mucho gusto. Nada nos darán por estar de pie. D.ª Carolina aparentaba indecisión y sorpresa que no sentía.
Pablito era hombre para hacer estos y otros mayores milagros. Mientras seguía o aparentaba seguir sus amoríos con Nieves, ya «le estaba poniendo los puntos» a Valentina. Pero ésta se resistió mucho más que aquélla.
Pocos minutos después, el señor de Castelnau entró en el salón, abrazó afectuosamente a su tío y saludó a las dos señoras con respeto. Aparentaba unos veinticinco años. Era alto, bien formado, de porte distinguido; en una palabra, un gallardo mozo; y, lo que vale más, parecía ignorarlo, porque se ocupaba siempre de los demás y nunca de sí mismo.
Encendió éste un cigarro, le ofreció otro y se puso a pasear de una esquina a otra del despacho exactamente como si estuviera solo. García tenía un libro en la mano, aparentaba leerlo, pero cuando Tristán volvía la espalda levantaba los ojos hacia él y le miraba con mezcla de inquietud y respeto. Al fin, sonriendo con humildad, se atrevió a decir: ¿No sabes, Tristán?
Palabra del Dia
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