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Actualizado: 18 de junio de 2025


¿Y te parece poco todo eso? interrumpió don Antolín . ¿No convienes en lo mismo que yo decía? ¿Se han visto nunca en España tantas grandezas juntas como en la época de aquellos reyes que por algo se llamaron Católicos?

En la mañana del Corpus, la primera persona que vio Gabriel al salir al claustro fue don Antolín, que repasaba sus talonarios, alineándolos sobre el borde de piedra de la balaustrada. Hoy es un gran día dijo Luna queriendo halagar al Vara de plata . Se prepara el gran ingreso: vendrán forasteros. Don Antolín miró a Gabriel fijamente, como dudando de su sinceridad.

Al pensar así, había en el ánima de nuestro buen religioso su puntita de envidia. Y esto era lo que le escarabajeaba a fray Venancio, y lo que hizo voto de realizar en pro del decoro de su comunidad. El padre Antolín, para quien el padre Venancio no tenía secretos, creyó irrealizable el propósito, pues los lienzos no los pintan ángeles, sino hombres que, como el abad, de lo que cantan yantan.

Pero no tardó mucho tiempo en saber, habia tenido el éxito mas feliz; cumpliendose exactamente cuanto habia prevenido en las instrucciones que dejó á D. Antolin de Chabarri, y á quien nombró Comandante de ella y de las milicias de Santiago de Cotagaita, que dirigió con acierto aquella operacion, desempeñando puntualmente todos los encargos que se le habian confiado.

Iba a decir una barbaridad. Y don Antolín siguió lanzando indignadas lamentaciones, hasta que al pasar frente a la puerta de su casa asomó Mariquita el abultado y feo rostro. Tío, basta de paseo. Se enfría el chocolate. Aun después de desaparecer el sacerdote dentro de su casa, siguió la sobrina sonriendo amablemente a Luna. ¿Usted gusta, don Gabriel?

Tiene usted razón, don Antolín: por algo se llamaban Católicos aquellos reyes. Establece la Inquisición doña Isabel con su fanatismo de hembra. La ciencia apaga su lámpara en la mezquita y la sinagoga y oculta los libros en el convento cristiano, viendo que es llegada la hora de rezar más que de leer. El pensamiento español se refugia en la sombra, tiembla de frío y soledad, y acaba por morir.

De seguro que el Vara de plata se regocijaba también, viendo en esto un pequeño triunfo de la religión, que obligaba a sus enemigos a llevarla en hombros. Pero él lo consideraba de distinto modo: dentro del carro eucarístico representaría la duda y la negación ocultas en el interior de un culto esplendoroso por su pompa exterior, pero vacío de fe y de ideales. Quedamos de acuerdo, don Antolín.

El Tato le miraba con ojillos burlones y amenazantes, en los que el Vara de plata creía leer: «Acuérdate de la navajaPero lo que más aterraba a don Antolín era el silencio del campanero, la mirada hosca y dura con que respondía a sus palabras.

Toda crítica contra los tiempos presentes alegraba al sacerdote. ¡Qué demonio de hombre! decía a Gabriel . , en tu locura, tienes para todos. Este país está agotado, don Antolín. Aquí nada queda en pie. Es incalificable el número de ciudades que han desaparecido desde que comenzó nuestra decadencia.

Esto es lo que acababa con la paciencia de don Antolín: la injuriosa suposición sobre él y la sobrina, que turbaba su castidad de avaro.

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