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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Hallábanse abiertas todas las puertas de la antecámara, excepto la de la Saleta, y apiñábanse detrás de las cortinas las familias y amigos de los Grandes, deseosos de contemplar el señoril espectáculo. Ante la puerta de la cámara veíase una mesa cubierta por rico paño de terciopelo granate, y un gran sitial destinado al rey.

Hay allí, haciendo antecámara, una cincuentena, agachados a lo largo de las paredes, arrebujados en sus albornoces. Aquella antecámara beduina, aunque está al aire libre, despide fuerte olor a piel humana.

Y volviendo la espalda al sobrino de su tío, se embozó en su ferreruelo, y se fué derecho á un maestresala que cruzaba por la antecámara. Al ver el maestresala que se le venía encima una figura negra y embozada, donde todos estaban descubiertos, dió un paso atrás. No soy dueña dijo Quevedo. ¿Qué queréis? dijo el maestresala con acento destemplado.

Quedaba aún la parte más pintoresca de la ceremonia, que había de ser para Jacobo la apoteosis del triunfo. Retirado el rey a sus habitaciones, salieron de la antecámara por orden de antigüedad los Grandes recién cubiertos, para ser presentados al Cuerpo de Alabarderos.

Contaré á vuestra majestad lo que me ha sucedido: salía yo de la antecámara á llevar en persona la orden de vuestra majestad á doña Clara, porque, por fortuna, vuestra majestad me había dicho terminantemente: id y decid á doña Clara Soldevilla... debía yo ir... y fuí. Es cierto... una distracción mía, doña Catalina.

Entraron en una magnífica antecámara estrellada de luces y llena de lacayos. El lujo de aquella antecámara en la casa de un ministro, era escandaloso: alfombras, cuadros de Tiziano, de Rafael, de Pantoja, del Giotto; tapicerías flamencas; lámparas admirables; puertas de las maderas más preciosas, incrustadas de metales; estatuas antiguas; un tesoro, en fin, invertido en objetos artísticos.

Jamás pude acordarme de todas esas distinciones dije, en tanto interiormente maldecía a Tarlein por no haberme instruido mejor. Pero sabré reparar mi falta. Me dirigí presuroso a la puerta, y abriéndola de par en par entré en la antecámara. Miguel se hallaba sentado ante una mesa, irritado el semblante y torva la mirada.

Una antecámara alhajada de tal modo, era un deslumbrante prólogo que hacía presentir verdaderas maravillas en las habitaciones principales. ¡He aquí, he aquí el sumidero de España! murmuró entre su embozo Quevedo ; ¡ah don ladrón ministro! ¡ah sanguijuela rabiosa! ¡Tántalo de oro! ¡chupador eterno! ¡para qué se han hecho los dogales! Y adelantó.

La joven compuso su semblante dándole cierto aire de gravedad, y entró en la cámara de la reina, al mismo tiempo que la condesa abría la puerta de la antecámara y desembocaba por la portería de damas. La condesa de Lemos atravesó en paso lento, recibiendo los respetuosos saludos de ujieres y maestresalas, algunas galerías y habitaciones.

Alonso del Camino continuó: Se murmuraban en la antecámara muchas cosas. Allí siempre se murmura. Decían que don Francisco de Quevedo había venido á la corte y que había dado de estocadas á don Rodrigo Calderón. ¡Bah! siempre persiguen al bueno de don Francisco las acusaciones... ya sabéis que no ha sido Quevedo... ¿pero está en efecto en Madrid?

Palabra del Dia

creolina

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