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Actualizado: 6 de junio de 2025


No; una pieza tan hermosa no la destrozaría el desmañado Juanito. A ver, Rafael, que, como aprendí de médico, entendería de estas cosas. Las niñas protestaron, recordando las espeluznantes relaciones que su hermano las había hecho varias veces, para asustarlas, describiendo sus hazañas en el anfiteatro anatómico. No, Rafael no gritó Amparito . Si él toca el capón no comemos.

A él le era imposible vivir si Amparito se negaba a amarle; necesitaba, para no aborrecer la vida, que ella se decidiese a ser su musa, su inspiración. Y el lindo bebé, aunque por costumbre seguía riendo, sentíase muy satisfecha en su interior de ser musa de alguien, honor que jamás alcanzaría su hermana Concha.

Le veía apoyado en la pared de enfrente, cerca del cafetín, de puntillas algunas veces para dominar mejor el agitado río de cabezas que en corriente interminable atravesaba la plazuela, y lanzando al balcón de Amparito miradas de inmensa desesperación, que ella... ¡la ingrata! decía que eran de cordero degollado.

¿Quién le hablaba...? ¿Si sería Elissabetta, la cándida amada del cantor? No; era Amparito, el malicioso bebé, que le sonreía, algo confusa y tímida, como si no supiera qué decirle, y un poco más allá, doña Manuela envolviéndolos en la más tierna de sus miradas maternales. Bien sabía hacer las cosas aquella señora.

Y Amparito no pensaba esto mismo que suponía el antiguo novio, era algo parecido lo que expresaban sus miradas fieras y sus gestos desdeñosos para espantar a aquel moscardón molesto, que no la dejaba «ni a sol ni a sombra». ¿Y aún seguía allí, tieso como un poste, importunándola con sus miraditas? ¿No tenía bastante con tantos desdenes? Pues ahora verás.

Era la nodriza de Amparito, una huérfana de las inmediaciones de Alboraya, madre del cochero, y que había criado en su barraca a la señorita. Nelet era un retoño digno de tal árbol, pues en el rostro pecoso, mofletudo y de tirante piel que mostraba la tía Quica bajo su pañuelo de hierbas notábase la misma brutalidad jocosa y resuelta de su rústico vástago.

Y Amparito lo sacó, en efecto, del agua, y lo entregó inocentemente al ingeniero, que se puso a secarlo con el pañuelo, prodigándole cuidados exquisitos y diciendo al mismo tiempo: ¡Pero qué brazo tan precioso tiene usted, Amparito!... ¡Qué blancura!... ¡Qué cutis delicado!... ¡Y qué bien torneado sobre todo!... El brazo de la mujer ha de ser así..., redondo y fino, como el de la Venus de Médicis... La disminución hacia la muñeca debe ser gradual y proporcionada... La verdad es que si el resto del cuerpo corresponde al brazo, es usted una de las mujeres mejor formadas que un artista puede apetecer para modelo... Las mujeres bien hechas son ahora bastante escasas.

La Socorro se hizo la indiferente inspeccionando la mesa. Que se besen volvió a decir el coro. Oíd, preciosos, ¿nos habéis traído para reiros de nosotras o a darnos de cenar? dijo la Amparo cada vez más irritada. Castro trató de calmarla. No hay motivo para enfadarse, Amparito. León, lo mismo que yo y todos los demás, desearíamos que los que nos sentemos a cenar fuésemos buenos amigos.

Aunque don Antonio anda ahora muy ocupado en eso de la Bolsa, siempre tendrá tres mil pesetas para favorecer a unos buenos amigos. Tampoco. A ése, menos. No quería adquirir compromisos con unas personas así... tan ordinarias. Justamente había sabido el día anterior que Amparito tenía relaciones con el hijo de Cuadros, y había experimentado un verdadero disgusto.

Eran las de López las que llamaban; unas «perchas », según Amparito, a las que caían rematadamente mal los vestidos lujosos y recargados con que las obsequiaba el papá a cada operación afortunada en la Bolsa. ¿Ya se han arreglado ustedes? añadió una de ellas, sonriendo de un modo que picó la susceptibilidad de Amparito.

Palabra del Dia

rigoleto

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