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Actualizado: 14 de junio de 2025
Quiso pensar en aquello, en Lindoro, en el Barbero, para suavizar la aspereza de espíritu que la mortificaba. ¡Si yo tuviera un hijo!... ahora... aquí... besándole, cantándole.... Huyó la vaga imagen del rorro, y otra vez se presentó el esbelto don Álvaro, pero de gabán blanco entallado, saludándola como saludaba el rey Amadeo.
Acogiéronle los venerables como a enviado del Gran Arquitecto, y presentáronle al punto a Víctor Manuel como el hombre a propósito para llevar a España documentos e instrucciones, e imprimir a la política de don Amadeo el rumbo deseado en Italia.
Mírela usted a la cara tres veces seguidas; diríjala usted la palabra con aquella educación, deferencia o placer que difícilmente pueden dejar de tenerse hablando con una hermosa; ya le cree a usted su don Amadeo, ya le mira a usted como quien le perdona la vida.
Biarritz era demasiado pequeño para permanecer oculto y evitar embarazosos encuentros con los emigrados alfonsinos y carlistas que, desde mucho tiempo antes, poblaban todos los contornos, y los hombres políticos y medrosos de todo jaez con que la caída de don Amadeo y la proclamación de la República engrosaban en aquellos mismos días el número de españoles dispersos.
Ellas, con sus alardes de españolismo y sus algaradas aristocráticas, habían conseguido hacer el vacío en torno de don Amadeo de Saboya y la reina María Victoria, acorralándolos en el palacio de la plaza de Oriente, en medio de una corte de cabos furrieles y tenderos acomodados, según la opinión de la duquesa de Bara; de indecentillos, añadía Leopoldina Pastor, que no llegaba siquiera a indecentes.
Faltábale todavía el sello, y púsoselo Currita sonriendo socarronamente, y cuidando de colocar con la cabeza para abajo el busto del rey don Amadeo. Afianzólo luego con dos o tres puñaditas de su cerrada mano, que parecía complacerse en aplastar al pobre monarca, principio y fin de la dinastía saboyana.
Cuando estuvieron los reyes Amadeo y Victoria en Alicante, en 1871, Bossio, el famoso fondista, presentó una cuenta de 17.000 duros. Mis compañeros todos estaban pagados. Yo me opuse, y cuando el presidente dijo: ¡A votar!, dije: Ustedes votarán lo que quieran, pero yo me marcho a casa, tomo mi pluma y digo al público lo que he de decir.
La gente clerical volvía sus miradas a don Carlos, que comenzaba la guerra en las provincias del Norte. El rey de las montañas vascongadas pondría remedio a todo cuando bajase a las llanuras de Castilla. Pero transcurrían los años, venía y se iba don Amadeo, ¡hasta se proclamaba la República! y la causa de Dios no adelantaba gran cosa. El cielo estaba sordo.
Acompañábame un buen amigo verdadero «Samaritano», quien se encontraba siempre allí en todas mis horas de dolor: Amadeo de Perseval, que yo nombro, aunque ya se le alude en el manuscrito, por haberse consagrado piadosamente a nuestra madre, y que había pretendido contarse en el número de sus hijos. Sin embargo de no ser así, fue por bastante tiempo estimado como tal.
Creyó que hablaba en sueños... pero no; era simplemente quejido sin articulación que acostumbraba a lanzar cuando dormía, quizá por causa de una mala postura. Los pensamientos políticos nacidos de las conversaciones de aquella noche, huyeron pronto de la mente de Jacinta. ¿Qué le importaba a ella que hubiese República o Monarquía, ni que D. Amadeo se fuera o se quedase?
Palabra del Dia
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