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Desde que se fue D. Amadeo, ¡y aquel era persona decente!, esto está perdido. Es verdad que se acabó la guerra; pero ¿cómo se acabó? A fuerza de dinero. Esta gente es atroz. Aquí no hay administración, ni se llevan los libros de cuentas del Estado como manda la Teneduría.

Ella, sin poder disimular tampoco el vivo gozo del triunfo, díjole imprevisoriamente: Martínez... Encargue usted el uniforme. Y una vocecita burlona, que jamás se pudo averiguar de dónde había salido, contestó a su espalda: Con que vuelva del revés el de don Amadeo, sale del paso sin gastos...

En ella, el marqués de Villamelón, de acuerdo con su esposa, pedía para esta, por medio del ministro de Ultramar, el puesto de camarera mayor de la reina, con las dos condiciones indicadas antes por Martínez: la Secretaría particular de don Amadeo para Juanito Velarde y los seis mil duros de sueldo para la dama misma.

Aquí intercaló la amiga de García Gómez una risita de todos los diablos, y añadió muy despacito: ...la Secretaría particular de don Amadeo, para ese Juanito Velarde, que es ahora su consejero íntimo. ¿Velarde? exclamó Pilar Balsano muy sorprendida . ¡Yo nada sabía!... ¿Ahora te desayunas de eso?... ¡Vamos, Pilar, que estás siempre en Belén con los pastores!...

Decíase en estos que Jacobo había prestado un gran servicio al partido restaurador, echando a pique con ciertos misteriosos papelitos a tres personajes intrigantes y tramposos que, ávidos siempre de poder y dinero, habían querido en Biarritz, después de la caída de Amadeo, injerirse traidoramente en la restauración del trono, que ellos mismos habían contribuido a hundir cinco años antes.

No: es un asilo que ha hecho la Reina María Victoria, la mujer de Amadeo, para que estén recogidos los hijos de las lavanderas mientras ellas trabajan. Tirso desvió la vista sin contestar.

Añade a todo esto que, al largarse de España don Amadeo, triunfaba yo de las esquiveces de una princesa polaca que había conocido en París, ¡obra magistral de la naturaleza... y del arte! Tuve que volver con ella a la gran capital, al «cerebro de Europa». Allí, tres meses de invernada.

El simón de hoy es el landau de mañana... Esto es una noria; cuando un cangilón se vacía otro se llena». Apareció un coche de gran lujo, con lacayo y cochero vestidos de rojo. «El Rey Amadeo dijo Miquis El Rey. Mira, mira, Isidora... No me quitaré yo el sombrero como esos tontos. Si apenas le saludan... observó Isidora con lástima . Pues cuando vuelva a pasar, le hago yo la gran cortesía.

De París fui a Lisboa, y en Lisboa juré a don Amadeo, y le serví con igual celo y la propia lealtad que a todo lo precedente..., hasta que se proclamó la República. Y dimitiste, como buen aristócrata. Pues ahí verás : me dimitió ella, como era de esperar, siendo yo de los que se mudan la camisa todos los días. Sin embargo, hubo por acá tentativas de reválida, que no colaron.

Oigan ustedes este golpe: Un día dije: 'Voy a ver a D. Amadeo'. Pido mi audiencia, llego, entro, me recibe muy serio. Yo imperturbable, le hablé de mi asilo y le dije que esperaba algún auxilio de su real munificencia. ¿Un asilo de ancianos? me preguntó. 'No señor, de niños'. ¿Son muchos?. Y no dijo más. Me miraba con afabilidad. ¡Qué hombre!, ¡qué bocaza!