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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Debemos mencionar ahora algunos poetas dramáticos, que ocupan un lugar inferior entre los españoles consagrados al teatro, y en los cuales no hemos de detenernos sino lo suficiente para dar una idea completa de esta materia. Rodrigo de Herrera fué nombrado ya por Cervantes, en su Viaje al Parnaso, y alabado irónicamente, comparándolo con Homero.
Pero pronto despertó con estremecimiento, y creyó oír una voz que decía: ¡Alabado seas, Señor, por nuestra hermana la luna y las estrellas, que en el cielo has formado claras, bellas y preciosas! El fraile se levantó de su duro lecho y se puso en oración, hasta que, a través de la ventanilla de su pobre celda, vió palidecer la luna y las estrellas.
Abuela, para ahorrar palabras dijo con gravedad : voy a pegarme un tiro, y antes he querido verla, despedirme de usted para siempre. La vieja se persignó. ¡Alabado sea el Señor! ¿Pero se había vuelto loco? ¿Qué le pasaba, para decir tales disparates?... Con ojos de asombro escuchó al nieto, que relataba sus miserias.
Después de leer mucha historia y de divertirme leyéndola me inclino yo á decir como los historiadores mahometanos: «Alabado sea el poderoso Alá que da el poderío á quien quiere y á quien quiere se le quita.» Esta es la manera, no sólo más piadosa, sino más cómoda y fácil de explicárselo todo.
Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse por la playa armado de todas sus armas, porque, como muchas veces decía, ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear, y no se hallaba sin ellas un punto, vio venir hacía él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído, en altas voces, encaminando sus razones a don Quijote, dijo: -Insigne caballero y jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quizá te le habrán traído a la memoria.
¿Qué mandaba usted? No tardó en reconocerme, y abriendo los brazos exclamó: ¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¿Tú por aquí? Ya sabía yo que de un día a otro llegarías.... ¡Bendito sea Dios! ¡Y qué crecido estás! ¡Alabado sea el Señor que me concede verte hecho un varoncito, un lechuguino de lo más guapo! Y... ante todo, ¡ya lo sé! ¡ya lo sé! Como siempre estoy preguntando por tí.
¡Ah!... ¿De esos que hablan con las patas de las mesas? ¡Alabado sea...! No, esos no. Pero estamos de enhorabuena: cualquiera que sea la secta o escuela que le sorbe el seso a tu marido, tenemos ya noventa y seis probabilidades contra cuatro de que te reciba con los brazos abiertos. Tú lo has de ver. Fortunata dudaba que esto fuera así.
Donde Visitación demostraba su intimidad con los amigos, su franqueza y trato sencillísimo era en casa de los demás. Allí hacía locuras. Hablaba mucho, a gritos, con diez carcajadas por cada frase. Se le había alabado su aturdimiento gracioso a los quince años, y ya cerca de los treinta y cinco aún era un torbellino, una cascada de alegría, según le decía en el álbum Cármenes el poeta.
Al cabo de un instante, pregunta en voz baja: Di, ¿qué hay ahí dentro? No sé. Yo tampoco. ¿No tienes permiso para entrar ahí? No. ¡Alabado sea Dios! Entonces no soy yo sola la tonta... Cuando tengo que decirle algo, es preciso que llame a la puerta... Vamos, di la verdad, ¿te parece que eso está bien? Yo no soy una chiquilla para que... Pero me callo; no hay que hablar mal del marido.
Alabado sea Dios, que lo dispuso. Alabado sea Dios, que ha castigado después tan justamente mi culpa; pero, se lo confieso á V., el castigo que más me ha dolido siempre, el que más me duele todavía, es el tener que despreciar al hombre que he amado. Ya lo sabe V. Usted me halla insufrible: yo le hallo á V. despreciable. Váyase de aquí.
Palabra del Dia
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