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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Pero evidentemente la vida mundanal no tenía terrores para el novicio, antes le atraía y agradaba, á juzgar por la expresión regocijada con que oyó el anuncio de su expulsión. Su contento acrecentó la iracundia de Fray Diego, quien continuó diciendo: Esto por lo que al castigo espiritual se refiere. Pero á los malos servidores de Dios, de corazón empedernido, poco les duelen tales penas.
Pero esta última suposición se funda en un error manifiesto, no existiendo tampoco pruebas históricas de ninguna especie que autoricen tampoco á admitir la primera, sabiéndose sólo con certeza que le agradaba reunir á su alrededor á los poetas de más talento, y trazar en su compañía planes de comedias.
Señorito, la señorita Marcelina, ahí donde usted la ve, se confiesa y comulga tan a menudo, y es tan religiosa, que edifica a la gente. Quedóse don Pedro reflexionando algún rato, y aseguró después que le agradaba mucho, mucho, la religiosidad en las mujeres; que la conceptuaba indispensable para que fuesen «buenas». Con que beatita, ¿eh? añadió . Ya tengo por dónde hacerla rabiar.
Le agradaba mi cháchara, cualquiera que fuera su tono, como se escucha con gusto el gorjeo de un pájaro cantor, y yo no pedía más. ¡Le estaba tan agradecida porque me había asociado a su grande y sincera pasión, a mí, a la chicuela a quien todavía hacían salir de la habitación cuando la gente grande quería hablar de cosas serias!
Los franceses han cultivado mejor este género de literatura íntima. Así sabemos detalles interesantes y pintorescos. Moliere leía sus comedias a su criada conforme las iba escribiendo. Cuando a la buena mujer no le agradaba una escena el poeta la tachaba. Era su previa censura, el mismo espíritu del público para el cual escribía.
Era don Pedro de los que juzgan muy importantes y dignas de comentarse sus propias acciones y mutaciones achaque propio de egoístas y han menester tener siempre cerca de sí algún inferior o subordinado a quien referirlas, para que les atribuya también valor extraordinario. Agradaba la plática a Julián.
No se declaraba a sí misma cuál de los castillos por ella levantados era el que más le agradaba. Lo que no podía menos de reconocer era que la faena de levantarlos y de •derribarlos la deleitaba no poco. Poldy buscaba la soledad entonces más que nunca. En las conversaciones con su hermano, con su madre y con su aya, se mostraba distraída.
Entabló conversación conmigo, informándose con interés de cuándo había llegado, si me agradaba Sevilla, etc. Pepita nos dejó, y Joaquinita me invitó a sentarme a su lado en una mecedora, cerca de un naranjo enano que crecía en tiesto de madera pintada de verde. El patio no estaba bien alumbrado.
Consultado Ripamilán, contestó: «Que entre un magistrado, que no es Presidente de Sala siquiera, y el Salvador del mundo, había mucha diferencia. ¿No confesaba Anita que le agradaba don Víctor? Sí. Pues cada día le encontraría más gracia. Mientras que en el convento, la que empieza sin amor acaba desesperada».
Hizo una pausa el Magistral para observar si Ana subía con dificultad aquella pendiente que le ponía en el camino. Ana callaba, meditando las palabras del confesor, recogida, seria, abismada en sus reflexiones. Sin darse cuenta de ello, le agradaba aquella energía, complacíase en aquella oposición, estimaba más que halagos y elogios las frases fuertes, casi duras del Magistral.
Palabra del Dia
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