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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El fuego cesó y los ingleses penetraron en el barco vencido. Cuando el espíritu, reposando de la agitación del combate, tuvo tiempo de dar paso a la compasión, al frío terror producido por la vista de tan grande estrago, se presentó a los ojos de cuantos quedamos vivos la escena del navío en toda su horrenda majestad.
Sin perder un minuto, por lo tanto, tomé de un sorbo mi café, me puse apresuradamente el sobretodo y un cuarto de hora después entraba en la alegre sala de mañana de la mansión de la plaza Grosvenor, donde la hija del muerto, con su cara encendida por la agitación, me esperaba.
La huérfana dió las gracias, y fué allá, palpitante de agitación y alegría. Antes de llegar al número 14, sintió ruidos de guitarras y voces de hombres.
Desde que se retiró a su celda Fray Miguel de Zuheros, hasta que pasaron los tres días y se cumplió el plazo señalado por el Padre Ambrosio, la agitación del ánimo de Fray Miguel fue grandísima y apenas le dejó pocos instantes de reposo. Su sueño fue breve y lleno de extrañas visiones.
Era movido por sentimientos del todo excepcionales que debían fincar en una regla de conducta determinada de antemano, y que había escogido por parecerle la más justa, así es que no estaba dispuesto a apreciar con satisfacción los sentimientos ajenos que venían a contrariar sus resoluciones virtuosas. La agitación bajo cuya inspiración habló de nuevo no estaba exenta de un asomo de cólera.
A esta penosa agitación de Juanita se contraponía en su alma otra agitación dulcísima, otro sentir, en vez de aflictivo, delicioso y beatificante, que aumentaba y enardecía su amor al saberlo tan bien pagado, y que lisonjeaba su orgullo. A pesar del dolor y del sobresalto que la conducta criminal de Antoñuelo y sus consecuencias le causaban, Juanita se juzgó venturosa, y sin duda lo era.
La agitación comenzaba a disminuir. A medida que el cielo se aclaraba, la gente se reconocía. ¡Toma! ¡El primo Daniel, de Soldatenthal! ¿También tú has venido? ¡Es claro! Ya lo ves, Enrique, y mi mujer también. ¿Cómo? ¿La prima Nanette? ¿Y dónde está? Allá abajo, cerca de la encina grande, junto al fuego del tío Hars. Dábanse la mano unos a otros.
Desde ayer no he dejado la portería de la casa del señor Bobart. Francisco, que es mi amigo, me instaló en un rincón de su cuarto y allí he esperado los acontecimientos. Nada ocurría; ningún suceso, ninguna agitación. El señor Bobart se retiró ayer á las diez. Esta mañana no salió. La distribución del correo nada había indicado.
Tenía que huir, ponerse en salvo inmediatamente. Los enemigos pensarían seguramente que estaba en Marchamalo, y al amanecer, los caballos de la guardia civil trotarían por la cuesta de la viña. Fue un momento de loca agitación que el pobre viejo creyó interminable. ¿Adónde ir?... Sus manos abrían los cajones de la cómoda, revolviendo las ropas. Buscaba sus ahorros. Toma, hijo mío: tómalo todo.
Buenos días, cielito mío, dijo Lorenza. ¿Has dormido bien después de la agitación de anoche? ¡Cuidado que te pusistes chispo, maridito, después de comer! ¿Yo? dijo Maugirón, yo estaba fresco como una lechuga. El que estaba un poco... tocado era Tragomer. ¡Qué cosas nos contó, ese monstruo! Si, hablemos de lo que nos contó... Hizo sus confidencias á Marenval. Á nosotros nos puso en la puerta.
Palabra del Dia
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