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Actualizado: 16 de junio de 2025
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescencia. Este fué el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel aportó cuanto de adoración cabía en su apasionada adolescencia.
Desde su adolescencia había odiado á la hija de doña Mercedes por su orgullo, por la superioridad aplastante que conservaba aun en esos momentos de amor en los que casi todas las mujeres se empequeñecen voluntariamente para refugiarse, como una esclava feliz, en los brazos del hombre. Ella sólo sabía dar su cuerpo en forma de limosna altanera, lo mismo que una diosa.
La charla de sus labios infantiles, suave como el gorjeo de un pájaro; el canto un poco ronco, pero aun más tierno, por eso mismo, de su padre, al dormirla entre los brazos; los sueños, las frescas carcajadas de la adolescencia, el hermoso sol de las mañanas de abril que la bañaba en su cuarto, las caricias incesantes de su madre, el calor del hogar en suma, ese calor que no se compra con los tesoros de la tierra, todo quedaba detrás de ella impreso en las paredes, empapado en los muebles. ¡Y ella lo dejaba sin lágrimas!
Ya el pasado invierno, después de su vuelta de Londres, notáronse cambios singulares en las costumbres de Pierrepont, pues se le vio con frecuencia en el teatro ocupando el segundo término de un palco de escena en compañía de señoritas, muy agradables sin duda alguna, pero con las cuales no es uso mostrarse en público, una vez pasados los días de la adolescencia.
Desde aquel instante el inteligente Sturm disponíase a cambiar la marcha, y apenas doblaba la esquina partía al galope, repitiéndose los mismos hechos a la vuelta. El instinto de Sturm era admirable. Después del interminable invierno que había pasado Amaury en Alemania, sentíase renacer a nueva vida y era su corazón tan sensible como en la adolescencia.
Luego, inerte al lado de aquella mujer que ya había conocido el amor antes que él llegara, subió de lo más recóndito del alma de Nébel, el santo orgullo de su adolescencia de no haber tocado jamás, de no haber robado ni un beso siquiera, a la criatura que lo miraba con radiante candor.
Después, en su adolescencia, fué de ayudante con algunos arrieros, cuidando las mulas en los malos pasos para que no se despeñasen. En estos viajes por las interminables soledades no temía á los hombres ni á las bestias.
Todos le encontraban rejuvenecido; veían en él algo nuevo é inexplicable, que animaba sus ojos con el brillo dulce de la adolescencia, que parecía dar más soltura á su cuerpo de hombre de lucha, y le hacía cuidar con mayor esmero del adorno de su persona. Tú mismo decía al médico, te has extrañado de este cambio muchas veces. Es el amor, Luis. Nada como él alegra á los hombres.
Pepe Ronzal alias Trabuco, no se sabe por qué era natural de Pernueces, una aldea de la provincia. Hijo de un ganadero rico, pudo hacer sus estudios, que ya se verá qué estudios fueron, en la capital. Aficionado al monte, como Vinculete al tresillo, desde la adolescencia, ni durante las vacaciones quería volver a Pernueces, ganoso de no perder ni unas judías. No pudo concluir la carrera.
Su adolescencia y los días que llevaba de juventud se habían deslizado serenos en el seno del hogar, estudiando y coleccionando mariposas. Conocía la vida por los libros.
Palabra del Dia
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