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Actualizado: 16 de julio de 2025
Hubo una vez en que los atributos de la juventud humana se hicieron, más que en ninguna otra, los atributos de un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo de adolescencia encantadora pasó rozando la frente serena de una raza. Cuando Grecia nació, los dioses le regalaron el secreto de su juventud inextinguible.
En mi cuarto, por la noche, leía furtivamente las novelas de Dumas, ese gran amigo de la adolescencia, ese encantador de los primeros años; y me adormecía entreviendo la poética figura de Ascanio u oyendo el ruido de las espuelas de D'Artagnan. Una noche, durante la época de las vacaciones, Valentina se acercó a mi lado, y con un acento lleno de gracia, me dijo: ¿Va a comer mañana en casa?
Las primeras páginas no tenían fecha, pero se referían evidentemente a la adolescencia de la Condesa. Comenzaban con las impresiones de la niña al salir del colegio, con las manifestaciones del júbilo que la había embargado al volver a ver su casa, al encontrarse de nuevo con su padre.
Sucédele lo que a una joven bella que sale de la adolescencia; no conoce el amor todavía, ni sus goces; su corazón, sin embargo, o la naturaleza, por mejor decir, le empieza a revelar una necesidad que pronto será urgente para ella, y cuyo germen y cuyos medios de satisfacción tiene en sí misma, si bien los desconoce todavía; la vaga inquietud de su alma, que busca y ansía, sin saber qué, la atormenta y la disgusta de su estado actual y del anterior en que vivía; y vésela despreciar y romper aquellos mismos sencillos juguetes que formaban poco antes el encanto de su ignorante existencia.
Más allá la anchurosa ría del Lande, el vetusto pozo de piedra, la capilla de la Virgen y en la esplanada frente al convento el grupo de blancos hábitos, aquellos amigos de su adolescencia, que al verle detenido renovaron sus saludos. Dos lágrimas surcaron las mejillas de Roger, que suspiró profundamente y volvió á emprender su jornada.
Había ya pasado el período del crecimiento, esa iniciación de la adolescencia, en la cual las facciones se remueven antes de adquirir su definitiva forma y los miembros se prolongan y adelgazan. Ya no era la muchacha zanquilarga, con movimientos de pilluela que parecían querer arrojar lejos las faldas.
Su buen natural, rectamente encaminado en su niñez y en su adolescencia por las lecciones del aya, no la había abandonado nunca. Doña Luz, sin sibaritismo, con la severidad de quien cumple un deber, había cuidado, y seguía cuidando en el lugar, de su alma y de su cuerpo.
Dotados de maravillosa precocidad, saben, pueden, harían. Pero nada hacen, puesto que se mueren. La infancia del hombre, así como la de las plantas y de todo lo criado, necesita descanso, aire, libertad suave. Aquí, todo es lo contrario, lo mismo nuestros méritos que nuestros vicios. Todo parece combinarse para asfixiar á la adolescencia. ¿Estimamos nuestros hijos?
La hermosa dama ya no gustaba de embromar a su juvenil amante. No se acordaba siquiera de aquellas gozosas y pueriles escenas en que se deleitaban, ora haciendo ella de reina que recibe en corte a sus ministros, ya jugando besos a los naipes o en otras mil niñerías que la tornaban a la adolescencia. Ahora apenas sabía hablar de otra cosa más que de su pleito.
Palabra del Dia
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