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Actualizado: 23 de mayo de 2025
19 los cuales debieron comparecer delante de ti, y acusarme, si contra mí tenían algo. 20 O digan estos mismos si hallaron en mí alguna cosa mal hecha, cuando yo estuve en el concilio, 21 si no sea que, estando entre ellos prorrumpí en alta voz: Acerca de la resurrección de los muertos soy hoy juzgado de vosotros.
Ocultábame su dolor, por no aumentar el mío, y nunca me había mostrado tanta pasión ni tan profunda ternura. ¡Demasiado generoso para quejarse y acusarme; demasiado pundonoroso para desear mi posesión a costa de mi honor y del deber, yo notaba con sorpresa los tormentos que resistía en vano!
Ah, mi cura, si me confesase ahora ¡cuántos pecadazos tendría de que acusarme! Ya no son, no, los pecadillos de antes, que conocíais tan bien. Y sin dejar de comer, le describía mis complacencias vanidosas, mis impresiones, mis trajes, mis ideas nuevas.
Te ha llegado la vez. ¡Te hacías ilusiones sobre Clementina y no estabas lejos de acusarme de exageración! ¿Cómo la encuentras ahora tan deliciosa tía? Pues bien, amigo mío, ahí tienes la esposa que el difunto Guichard, ¡paz á sus cenizas! había soñado imponerme de por vida. ¿Comprendes que me haya defendido como un tigre? ¡El dichoso esposo de Clementina!
Sorege se llegó á ella, la cogió bruscamente por un brazo y la empujó hasta la silla colocada delante del escritorio. Ahora, escribe. ¿Qué? Sencillamente esto: "La pretendida confesión que posee el señor de Freneuse me ha sido arrancada con amenazas de muerte. Libre y dueña de mi misma, me retracto de ella completamente. Jamás he cometido el crimen de que se me obliga á acusarme."
¡Poco apoco! interrumpió Marenval, un poco desconcertado al ver aquel furioso ataque y creyendo haber dicho demasiado. Usted era injusta al acusarme de no tener fe en la inocencia de Jacobo. Bien sabe usted que le he defendido con la energía de un hombre á quien el mundo englobaba malignamente en la catástrofe ocurrida. Sí, en aquellos momentos vi en toda su desnudez la canallada de los hombres.
¡Parece mentira que se atreva Vd. a hablar así trayendo el mensaje que acabo de oír! ¡Y aún tienen ustedes valor para acusarme! Este es el fruto que han dado el infame ateismo de mi hermano y la punible tolerancia de mi padre. Vea Vd. cuán fundados eran mis temores. Ni siquiera ha tenido valor para venir él mismo.
En un principio, Judit quedó anonadada por la lectura de esta carta. Pero luego, cobrando ánimo, consultó a su corazón, apeló a todas las energías, y contestó lo siguiente: * «Monseñor: »Me trata usted con mucha crueldad; y, no obstante, podría asegurar ante Dios que nada tengo de qué acusarme.
De todos modos, más valía así. Mucho hubiera contrariado a Juanita que por sacar la cara por ella hubiera reñido Antoñuelo, resultando tal vez de la riña heridas o mayores desgracias, que hubieran empeorado la situación. Juanita añadió entonces: Bien pensado, hiciste bien en no defenderme. He sido imprudentísima. Los que no me conocen tienen algún fundamento para acusarme.
Palabra del Dia
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