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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Hacía un calor bestial; todos teníamos que andar casi desnudos. Nos acercamos a tierra. Se veía una costa pantanosa verde, y la desembocadura de un río a lo lejos. El capitán, el doctor Cornelius y Silva Coelho fueron a tierra. Luego supimos que íbamos a llevar a América trescientos chinos, más cincuenta barriles de opio. El opio valía entonces una enormidad.
Y aquella mujer parecía una estatua de hielo, en medio de la involuntaria voluptuosidad que emanaba de todo su conjunto. Volvimos a tomar la gran Avenida. Fernanda y don Benito habían desaparecido. Alejandro, desde el pescante de nuestro coche, me hizo una seña que significaba que la pareja estaba allí. Y, en efecto, nos acercamos y Fernanda y don Benito estaban en el cupé.
Nos saludan haciendo descargas al aire con sus revólvers, y luego trepan la cuesta silenciosos, pensando sin duda en los ocho días de mula que les faltan para llegar a su destino. El aspecto de la naturaleza cambia visiblemente, revelando que nos acercamos a la región de las montañas.
Breves son los momentos concedidos al débil hombre para morar sobre la tierra: todos nos acercamos con asombrosa rapidez al instante supremo, en que la frágil organizacion que envuelve nuestro espíritu inmortal, se disolverá, deshaciéndose en polvo; entonces, el ser que dentro de nosotros siente, piensa y quiere, se hallará en un estado nuevo, separado de la organizacion corpórea. ¿Cuáles serán entonces sus facultades?
Recalde, que las miraba desesperadamente, vió una especie de plataforma, que seguia formando una cornisa, a unos tres metros de altura sobre el agua. Nos acercamos a ella. A ver si cuando estemos cerca puedes saltar arriba me dijo Recalde. Era imposible; no había saliente donde agarrarse y el bote se movía. ¿Si echáramos el ancla? me preguntó mi compañero. ¿Para qué?
Y ya que nos acercamos al período más moderno é importante del drama español, creemos conveniente echar una ojeada retrospectiva al terreno andado, y delinear sucinta y gráficamente la época dramática que abandonamos. Ya se siente la necesidad y se muestra la fuerza creadora, que ha de dar vida al teatro nacional, pero faltan medios adecuados á lograrlo.
Señor, haz gracia y merced á Mohammad y á los de Mohammad, apiádate de Mohammad y de los de Mohammad! Señor, este es tu siervo Adde-r-rahman, hijo de tu siervo Moavia: tú lo criaste y mantuviste y lo revivificarás; tú sabes lo que hay en él secreto y paladino; venímoste á rogar por él. Señor, á tí nos acercamos, que tú eres cumplido de homenage.
No se veía mas que la entrada de un río entre la niebla espesísima. En medio de la bruma de un cielo polar se destacaban promontorios avanzados, grises, sin vegetación, y hacia tierra pantanos negros, por encima de cuyas aguas inmóviles volaban nubes de pájaros. Todavía seguía el crepúsculo cuando nos acercamos al pontón.
Angelina y yo nos acercamos a la verja, vueltos hacia la ciudad. Ya no repicaban en las torres. En cada una de ellas una campanita atiplada, urgente y chillona, llamaba a los fieles. Aun no despuntaba el día. Los faroles de Villaverde brillaban en las calles obscuras y por encima de los tejados como un enjambre de cocuyos.
Nos acercamos á él, y entonces dijo: «¿Os conmueve mi dolor? ¡Ah! veo que brotan tambien lágrimas de vuestros ojos: teneis corazon y me comprendereis. He recorrido muchos paises, y no he visto una ciudad como Granada.
Palabra del Dia
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