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Actualizado: 4 de junio de 2025


Las palabras de la joven resultaban, sin saberlo ella, de una ironía cruel. Maltrana siguió riendo de la inocencia de Feli cuando ésta le dijo con un gestecillo hosco: Se acabaron las calaveradas, ¿eh? Sólo me querrás a mi: no harás caso de las señoronas.

Acabaron nuestros amores, es cierto, pero en lo de adelante seremos muy buenos amigos. «Cuida mucho de tus tías. Si algún día necesita papá de tus cuidados, vela por él, y págale, en nombre mío, cuanto le debo yo. Angelina».

Sus negros ojos pasaron rápida revista á los circunstantes y acabaron por fijarse, con expresión un tanto irónica, en el hermano acusador. Entregó éste el pergamino al relator de la orden, quien lo leyó con voz pausada y entonación solemne, escuchado atentamente por todos los religiosos allí congregados.

Ni Bernardino ni Gregoria asistieron a sus últimos momentos, aunque se les mandó recado de su gravedad; ni se mostraron en el entierro ni en los funerales, probando con esta actitud su propósito de no verse más, de romper para siempre toda relación. Golpes fueron éstos, que acabaron de anonadar a Pablo Aquiles.

Ya supondrás continuó él que tendré pronto necesidad de ir, no aún si a Paris o a Madrid. Y luego... se acabaron las locuras. Pero ¿qué locuras haces? El vivir como vivo. ¡Buen porvenir me espera! Un ama de llaves más vieja que dueña de teatro antiguo, una criada de cincuenta reales... y si no, al pueblo, al pueblo. Calla, hombre...; no querrá Dios que lo hayas perdido todo.

Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida.

Todos sabían la enemistad que separaba a aquellas dos religiones; pero nadie esperaba una ofensa semejante; así que las palabras del padre Rodríguez: «Aún no sería bastante humilde para nosotros», se perdieron en un murmullo de estupor. Formáronse entonces pláticas diversas. Una predominó y todos acabaron por escuchar.

Se acabaron las berlinitas y los demás gastos con los que se aparenta lo que no se tiene. Una vida arreglada, gastando conforme a la renta, es lo decente y lo digno. Esa fanfarronería, ese afán de aparentar con cuatro cuartos lo que la gente llama «arroz y tartana», es ridículo... ¿lo entiendes bien? soberanamente ridículo.

Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luz, y dormíme yo, que me parecía que estaba con mi padre y mis hermanos. Debían de ser las doce cuando el uno de ellos me despertó a puros gritos, diciendo: ¡Ay, que me matan! ¡Ladrones! Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de látigo. Yo levanté la cabeza y dije: ¿Qué es eso?

No por qué no... exclamó la muchacha con acento más firme ya . Yo soy como otras, tan buena como la que más... hoy en día no estamos en tiempos de ser los hombres desiguales... hoy todos somos unos, señora... se acabaron esas tiranías. Meneó la cabeza la paralítica, con la tenaz desconfianza de los viejos indigentes que nunca vieron llover del cielo torreznos asados.

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