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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Cuando entraba en el patio, gallinas y conejos acudían a su voz para mascullar algunos mendrugos de pan, que deslizaba en sus bolsillos antes de salir de la casa parroquial. Petrilla, la moza del corral, salía a hacerle su reverencia, luego Susana la cocinera, apresurábase a abrirle la puerta y a introducirle en el salón, donde me daba las lecciones.

Si Amaury hubiese abrigado algún temor, no habría dejado de parecerle bien extraño a quien hubiere observado la sonrisa con que le recibían todos los criados, desde el conserje que acudió a abrirle la verja hasta el ayuda de cámara que al pasar encontró en el vestíbulo, sonrisa reveladora de que lo consideraban como miembro de la familia que habitaba en el palacio.

Se acercó a Mesía, consiguió entablar conversación particular con él; y como encontró a su amigo más atento que nunca, más cordial, más afectuoso, no tardó en abrirle el alma de par en par.

Sentía deseos de sollozar. Acaso esto hubiera aliviado su corazón, pero el orgullo dominaba sus lágrimas, las obligaba a volverse atrás cuando querían salir. Largo rato paseó por la estancia sin detenerse, con el rostro pálido, los ojos secos y febriles, la frente dolorosamente fruncida. A la puerta oyó los leves aullidos del perro que quería entrar. Fue a abrirle.

Al raquítico dio en abultársele la cabeza, poniéndosele como un odre: fue preciso traerle médico y medicinas, todo para salir al cabo con que era una bolsa de agua, y que la bolsa se lo llevaba al otro mundo. A bien que el médico no sólo se negó a cobrar nada, sino que, compadecido de Guardiana, tuvo la caridad de meterla en la Fábrica, que fue como abrirle el cielo, decía ella.

Al abrirle la puerta, no se admiró Fortunata de lo descompuesto que venía, porque ya no eran nuevas aquellas inesperadas apariciones. «Supongo dijo él con trémulo labio , que no me lo negarás ahora... Puede que mi tía lo niegue... ¡es tan hipócrita...! Pero no, eres mala y sincera. Cuando das el golpe mortal lo dices, ¿verdad?

En realidad, la operación fué sencillísima: se redujo a abrirle el pecho y colocar en el sitio correspondiente el corazón de la joven. Y aquí debo consignar una cosa extraordinaria. Apenas había yo comenzado la operación, cuando aparecieron sobre las sábanas dos o tres rosas rojas, que fueron multiplicándose, hasta cubrir casi todo el lecho.

Esto de mandarle al pasillo era un castigo que la Amparo había inventado últimamente. Cuando el duque la impacientaba o la aburría, echábale de la habitación y le tenía a veces horas enteras en la antesala o en el pasillo esperando como un perro. Ahora no tardó tanto en abrirle de nuevo. Estaba sonriente y serena y le abrazó cariñosamente. Oye, Tono, ¿estaría bien, disfrazada de María Estuardo?

Pues abrirle la cabeza a D. Basilio y sacarle toda la paja que hay dentro para venderla». Y don Basilio, que tenía ciertas marrullerías de asno viejo, sacaba partido de su fisonomía engañosa y de aquel aire de hombre conspicuo que le daban su calva de calabaza, su frente abovedada, sus anteojos y su nariz chiquita y prismática.

Barragán después de esquivarse llegó a la calle del Arenal y corrió derecho a la casa de Tristán, subió en cuatro saltos la escalera y apretó el timbre de la puerta hasta que vinieron a abrirle. Aquel repique prolongado y angustioso a las once de la noche sobresaltó a Tristán que vivía siempre bajo el temor de una desgracia inmediata.

Palabra del Dia

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