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Actualizado: 11 de julio de 2025


Ese amor de Martí para todo lo humano, hasta el punto de que pudo tomar como lema de su existencia aquel verso famoso de Terencio, pues que nada que fuera humano, en efecto, le era extraño, se manifiesta muy principalmente hacia los pobres, hacia los humildes, hacia los débiles. Martí se abría muy fácilmente camino en el corazón de ellos.

La Marquesa sabía que en su casa se enamoraban los jóvenes un poco a lo vivo. A veces, mientras leía, notaba que alguien abría la puerta con gran cuidado, sin ruido, por no distraerla; levantaba los ojos; faltaba Fulanito: bueno. Volvía a notar lo mismo, volvía a mirar, faltaba Fulanita, bueno ¿y qué? Seguía leyendo.

Le imponía tanta magnificencia: la escalera toda de mármol, con dos leonazos melenudos al pie, a derecha e izquierda, las fauces abiertas, como si quisieran tragarse al incauto visitante; en el primer descanso, plantas exóticas; arriba, una vidriera de colores, y cuando la puerta se abría, veíase lujoso recibimiento, con estatuas y cuadros.

Diariamente abría con el juego una ventana á la Fortuna, por si se dignaba acordarse de ella. ¡Quién sabe si alguna tarde plegaría sus alas de oro sobre una mesa del Casino, dejándose acariciar, como un águila domada, por las finas manos de Alicia!...

El doctor Lorquin se había atado un pañuelo a la altura de los riñones y lo apretaba cada vez más, pretendiendo de este modo aliviar su estómago. Se hallaba sentado de espaldas a la torre, con los ojos cerrados, y de hora en hora los abría, diciendo: Estamos en el primero..., en el segundo..., en el tercer período. Un día más, y todo habrá concluido.

No acobardado por su ceguera y sobreponiendo su activo espíritu a la dolencia corporal, levantábase de su asiento, acercábase a la mesa, palpaba los muebles para no tropezar, y abría la gaveta para sacar el cajoncito donde estaba el dinero.

Y lo peor del caso estaba en que el primer abismo que se abría a sus pies y le era forzoso salvar, habíalo abierto él con sus propias manos la noche antes, por jugarlo todo impremeditadamente a una sola carta, olvidando que era su juego de cartas dobles y complicadas.

Cuando abría la boca para reír, enseñaba unos dientes blancos y sanos, aunque nada menudos.

La niña, en el tibio bienestar del baño, sonreía, y Perucho, sosteniéndola por los sobacos, hablándola con tierna algarabía de diminutivos cariñosos, la columpiaba en el líquido transparente, le abría los muslos para que recibiese en todas partes la frescura del agua, imitando con religioso esmero lo que había visto practicar a Nucha.

Así y con todo, fiel, honrado y trabajador como era y sirviendo donde servía, ningún padre de aquel lugar debía, en «josticia de ley», cerrarle la puerta de su casa. Pues había quien, si no la cerraba propiamente, tampoco se la abría de buena voluntad. Temas de los hombres.

Palabra del Dia

malignas

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