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Actualizado: 1 de junio de 2025
Los trabajos del señor Caro imponen respeto, y es precisamente en nombre de ese sentimiento, porque, después del elogio sincero y altísimo, quiero consignar la impresión ingrata que me han dejado algunas de sus páginas. El señor Caro es en política, en religión y en literatura, el tipo más acabado del conservador, dando a esa palabra toda la extensión de que es susceptible.
Y como la joven le mirase sorprendida, su hermana añadió tímidamente: Mamá se lo está comunicando en este momento a papá. La cara de Presentación expresó un gozo sincero. ¿Es de veras? ¡Cuánto me alegro, hermana de mi alma! exclamó levantándose y abrazándola con efusión. ¡Toma un beso, toma dos, toma veinte!... Sea enhorabuena.
Su rostro movible; su cuerpecillo inquieto; sus ademanes de artista cómico, solían provocar entre los alumnos ciertas sonrisas de buen carácter, porque no era posible ver y oír a don Pío, sin encontrarse dominado por la idea de que aquel hombre, sincero hasta el fondo de su alma, representaba sin embargo una comedia.
Alguna vez he asistido con la imaginación á las soirées donde usted ha brillado tanto, condesa. ¿De veras? Sí, señora; acostumbro á leer las revistas de salones de La Epoca, y en ellas he visto con frecuencia el nombre de usted rodeado de adjetivos que ahora me parecen pálidos. Mil gracias. Me precio de sincero, condesa.
La joven le miró fijamente, agradecida y admirada de tan sincero cariño, y repuso con jovialidad: Por lo pronto, para complacerme, vendrás a misa conmigo, ¿no es verdad? Sí, querida mía. ¿Vendrás mañana también y todos los demás días? Sí, hermosa; no deseo otra cosa. ¡No sabes lo que me alegro, Ricardo! ¿De veras?
Adquirido, con el sincero reconocimiento de cuanto hay de luminoso y grande en el genio de la poderosa nación, el derecho de completar respecto a él la fórmula de la justicia, una cuestión llena de interés pide expresarse. ¿Realiza aquella sociedad, o tiende a realizar, por lo menos, la idea de la conducta racional que cumple a las legítimas exigencias del espíritu, a la dignidad intelectual y moral de nuestra civilización? ¿Es en ella donde hemos de señalar la más aproximada imagen de nuestra «ciudad perfecta»? Esta febricitante inquietud que parece centuplicar en su seno el movimiento y la intensidad de la vida, ¿tiene un objeto capaz de merecerla y un estímulo bastante para justificarla?
Ella dobló la cabeza sobre el hombro del amante, pegose a él, cuerpo con cuerpo, y en voz muy queda, como se dicen las grandes cosas de la vida, repuso: ¿No me dejarás nunca? Entonces nadie sabrá jamás si fue sincero arranque o astucia premeditada volvió a mirarla fijamente, y presentándole la mano derecha, preguntó con increíble valor: ¿Quieres ser mi mujer?
Aunque frío en la apariencia, ¿no era yo un hombre que pensaba en el bien de los demás, sin acordarse mucho de sí mismo; bondadoso, sincero, justo, y constante en sus afectos, si bien éstos no muy ardientes? ¿No era yo todo esto? Todo esto, y más, dijo Ester.
La que él sabe... por medio de la cual me obligó a ser su esposa, y se llevó la mano al pecho, como para detener los terribles latidos de su tierno corazón. Intenté persuadirla de que me revelara el secreto, que confiara en mí sus cuitas, dado que era su más fiel y sincero amigo, pero se negó.
Es demasiado el mimo con que trata ella a la fotografía, para ser retrato de un primo cualquiera... Y la pinta del mejicanito es buena: harán una parejita... ¡vaya!... A mí lo que más me llama la atención en Nieves, es aquella serenidad tan firme con que mira y anda y se expresa... vamos, que todo es natural y sincero en ese diablo de chica; y luego aquel acento andaluz, aquel modo de llamar las cosas, con aquella voz tan bien timbrada... En fin, que el mejicanito... nació de pie... de pie... ¡Carape, carape... carape!... ¡Qué... cosas... éstas... hombre!...
Palabra del Dia
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