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Actualizado: 22 de junio de 2025
El maldito tenía en aquella época la demencia de los castillos; estaba haciendo averiguaciones sobre todos los que en España existen más o menos ruinosos, para escribir una gran obra heráldica, arqueológica y de castrametación sentimental, que aunque estuviese bien hecha no había de servir para nada.
"Llegó en esto la noche; recogímonos al mismo rancho de los desposados, pusiéronse centinelas hasta la misma boca del río, cebáronse las nasas, tendiéronse las redes y acomodáronse los anzuelos, todo con intención de regalar y servir a sus nuevos huéspedes; y, por más honrarlos, los dos recién desposados no quisieron aquella noche pasarla con sus esposas, sino dejar los ranchos solos a ellas, y a Auristela y a Cloelia, y que ellos, con sus amigos, conmigo y con el marinero, se les hiciese guarda y centinela; y aunque sobraba la claridad del cielo por la que ofrecía la de la creciente luna, y en la tierra ardían las hogueras que el nuevo regocijo había encendido, quisieron los desposados que cenásemos en el campo los varones y dentro del rancho las mujeres.
A Francisco Vergara: de tal manera floreció siempre vuestra España por la amenidad y fertilidad de su suelo, por la fecundidad y abundancia de sus ingenios eminentes y por sus glorias bélicas, que sólo le faltaba, para alcanzar la suprema felicidad, añadir á esos timbres los de las ciencias y las letras, en las cuales ha adelantado de tal suerte, con ayuda de Dios, que á todas las demás regiones, notables en este sentido por sus progresos, puede servir ya de envidia ó de ejemplo.
Diga usted, señor grosero le repuse, ya en el colmo de la cólera, ¿no se contentan ustedes con servir de esta manera, sino que también se han de aguantar sus malos modos? ¿Usted se pone aquí para servir, o para mandar al público? Pudiera usted tener más respeto y crianza para los que son más que él.
En este momento entró Celestina con una bandeja cargada de pasteles de perfumes variados, e interrumpió a la Roubinet. Suplico a usted que espere un poco dije a la oradora. Déjeme servir el té, pues sentiría mucho no oír a usted. Vaya usted, vaya, Magdalena respondió la Roubinet muy halagada por mi petición.
Tal vez no me hubiera fijado en esta circunstancia, si habiendo salido de la cámara, impulsado por mi curiosidad, no sintiera una voz que con acento terrible me dijo: «¡Gabrielillo, aquí!» Marcial me llamaba: acudí prontamente, y le hallé empeñado en servir uno de los cañones que habían quedado sin gente.
Además, ¿por qué ha de ser responsable de su ignorancia, si está confesado por todos, amigos y enemigos, de que su afán de aprender es tan grande, que ya antes de que llegasen los españoles todos sabían leer y escribir, y que como vemos ahora, las más modestas familias hacen enormes sacrificios para que sus hijos puedan ilustrarse un poco, llegando el caso de servir como criados siquiera para aprender el castellano? ¿Cómo se ha de esperar que el país se ilustre en el estado actual, si vemos que cuantos decretos lanza el Gobierno en favor de la instrucción, se encuentran con Pedros Rezios que impiden su cumplimiento, porque tienen en sus manos lo que llaman enseñanza?
Y el anarquista contestaba afirmativamente, contento de servir en cierto modo de entretenimiento a aquel paria del arte, que veía en él su único auditorio y le agasajaba para retenerlo. Mientras duraban los oficios divinos, Gabriel paseaba solo por el claustro. Todos los hombres estaban en la catedral, excepto el zapatero que enseñaba los gigantones.
Si me lo dijiste, no me acuerdo. ¿Pero cómo dejabas la cocina momentos antes de servir el almuerzo? Porque la zagala que tenemos no sabe las calles, y además, no entiende de compras.
¿Pero cree usted, argüian los otros, que la estátua de Bonaparte debe servir de adorno en la escalera de Welington? La estátua está en donde debe estar, repetia el viejo general; no puede estar más que en la escalera, y volvia á bajar la frente. Pero ¿por qué no puede estar en otra parte que en la escalera? Porque no cabe por las puertas de mi casa.
Palabra del Dia
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