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Actualizado: 22 de junio de 2025


Don Víctor, que se aburría abajo, oyó cantar el Spirto gentil y subió. Le daba ahora por la música. Cantar óperas, a su modo, y oír cantar a los que afinaban más que él, era su delicia por aquella temporada, y si todo esto se hacía a la luz de la luna, miel sobre hojuelas.

Cuando ella se vincula con otra impresión; has estado en el teatro cien veces, habrás oído veinte o treinta óperas; pero sólo una mínima parte de éstas tendrá poder evocador en tu espíritu: las que estén vinculadas a sensaciones de otro orden. ¿Qué están diciendo ustedes de la música? preguntó Ricardo, que se aproximó arrastrando un grueso sillón de paja, en el que se sentó.

A sus queridas les cantaba al oído las óperas enteras, como dándoles besos con el aliento, que parecía salir perfumado por la melodía. Una novia suya lo dijo: aquel hombre de tan buen color, tan buenas carnes, de cutis fresco y esbelto como él solo, esparcía así como un olor, que seducía, a música italiana.

Tal vez Nerón, si volviese a reinar en el día en una nación culta de Europa, sería un rey constitucional afabilísimo, algo enamorado y amigo de divertirse, pero muy generoso protector de las ciencias y de las artes; tendría a su lado a algún compositor de óperas como Wagner, a alguna excelente bailarina como Lola Montes, y a un brillante séquito de arquitectos, escultores, pintores, poetas, literatos y sabios.

Cuanto queda expuesto se me ha ocurrido recientemente con ocasión de haber oído el Fausto, de Göethe, casi de seguida, primero en dos óperas, ambas de muy hermosa música, y después en los dos magníficos dramas, representados ambos con aparato y lujo portentosos, en el teatro imperial y palatino de la gran ciudad de Viena.

En cuanto al marido, no veía en tamaña desfachatez más que el sarcasmo terrible de la esposa ultrajada. Le parecía muy natural que el cónyuge engañado se entretuviera en aquellos pródromos de ironía antes de tomar terrible venganza. Así sucedía en las tragedias, y hasta en las óperas.

Se cansa de aplaudir cuando escucha las óperas de Rossini, de Donizetti y de Auber: diríase que un millón de notas, revueltas en sabrosa ensalada, tiene un no qué que halaga los oídos de esas gentes.

Había ido poco antes a Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería musical.

El chico, un ángel de Dios, trabajador, modosito y callado, estaba en una casa de comercio; la niña ¡cuánto siento no tener aquí su retrato! la niña, que era un serafín, con unos ojazos azules y una trenza rubia, gruesa como mi brazo, y que cuando correteaba por nuestro huertecillo parecía una de esas señoritas que salen en las óperas, no iba a Barcelona con su madre sin que algún joven viniera tras sus pasos.

Con el nombre de fiestas se distinguen las comedias, compuestas para representarse en las solemnidades de la corte. Esta denominación nada tiene que ver con la índole del asunto, y es erróneo, por tanto, el calificarlas de espectáculo mitológico, ó de compararlas con nuestras óperas.

Palabra del Dia

rigoleto

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