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Ella había salido al encuentro de mi camino, en el que sólo había encontrado hasta entonces seres indiferentes. Yo no cómo amé a Valentina; pero cuando la veía, cuando ella me hablaba, la sangre no corría por mis venas, enmudecía y me abstraía en la muda contemplación de aquella criatura.

Así, pues, no le preocupe la opinión de los demás: deje a un lado todo prejuicio, siga sus propias inclinaciones y ame usted a quien le ama. Gracias, señor Delaberge respondió ella, premiándole sus consejos con una mirada llena de ternura; tiene usted razón completa, y no escucharé sino la voz de mi corazón.

Echar mano y luego cambiar notas, he ahí toda la política. ¿Es la buena, es la moral, es la justa? No lo , pero es la única que da resultados, y por lo tanto, todo hombre de Estado, gimiendo por la depravación de las ideas, la seguirá siempre que ame a su patria, tenga el corazón bien puesto y vea un poco claro.

Encerréme conmigo, y allá en mi encierro me siguió el mundo, y me siguieron mis pasiones. Amé: ¡nunca hubiera amado! porqué amé á vuestra hija. Hizo un movimiento de impaciencia Lerma. Y vuestra hija me amó. Movióse con doble impaciencia el duque. Y no fué mía porque no quise que lo fuese. ¡Oh! exclamó con disgusto Lerma. No podía serlo; para querida me daba lástima, para mujer ojeriza. ¡Cómo!

Todavía no es tan viejo que pueda asemejarse a un Bartolo, ni yo tan necio que me resigne a desempeñar el papel de Geronte. ¡Vaya! ¡vaya!... Pero no se sonroje usted por eso, porque nada de censurable hay en que él la ame. Si fuese cierto, señor conde, lo que usted dice afirmó con entereza. Antoñita si bien cubrió su semblante una fugitiva palidez, no haría bien en ello, porque yo no le amo.

Pero aquello de que el amor impone el amor es una mentira. Y tampoco quiero yo que me ame y me respete para cumplir una obligación: en virtud de un contrato. »Veo, pues, que voy perdiéndolo todo en el alma, de Beatriz, y no le doy a conocer que lo veo. Percibo claramente el abismo en que voy a caer, y sigo caminando hacia él, sin que me sea posible torcer por otro camino o cegar el abismo.

PROCLO. Muéveme amor. MARINO. ¿Amor de patria? ¿Amor de gloria? PROCLO. Amor de una mujer. MARINO. ¡De una mujer! Me dejas turulato. ¿Quién había de suponer que pensabas en tales cosas? PROCLO. No hay motivo para que te quedes turulato. ¿Qué tiene de absurdo que yo ame a una mujer? La amo desde que la vi: desde hace quince años. Ella tenía entonces diez y siete. Hoy tiene treinta y dos.

En suma, V. la ha envenenado con tal desconfianza, que ella, al sentir los latidos de su corazón juvenil y la lozanía de la vida en su verde primavera; al ver el fuego, si puro, ardiente de sus ojos; al oir la voz de la naturaleza, que la incita á que ame; al soñar acaso con lícitas venturas, logradas en este mundo al lado de un ser de su misma humana condición, se ha figurado que era presa de impuras pasiones, se ha creído perseguida por los monstruos del infierno, y para no ser ella un monstruo, ha querido refugiarse en el santuario.

La conozco, amigo Roger, y si como me figuro está ella pensando en como en ella, ni Enrique de Trastamara con sus sesenta mil soldados puede impedir que mi Constanza haga su voluntad y deje de amar á quien ame. Lo que me toca recordar aquí es que siempre he deseado para esposo de mi hija á un caballero valiente y cumplido.

Quiere usted mostrarle una fidelidad que en realidad no siente; quiere usted alcanzar, con la observancia de un pretendido deber, la fama de mujer constante y fiel. Después de haber sido su querida, desea usted imponérsele como esposa, por más que ya no le ame usted. Al ver cuán buena la juzga él a usted, yo he querido ver en qué consiste esa decantada bondad.