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Actualizado: 18 de mayo de 2025
A poca distancia d'Elven, tomamos un camino extraviado que nos condujo á la cumbre de una árida colina. Desde allí percibimos distintamente, aunque á mucha distancia, el coloso feudal, dominando frente á nosotros en una altura poblada de árboles. El erial en que nos hallábamos, bajaba por una escarpada pendiente hacia unas praderas pantanosas guarnecidas por una espesa selva.
Tiene el Guaporé en este punto mas de media legua de ancho; sus aguas corren magestuosamente en medio de bellas márgenes y por entre islas guarnecidas de árboles muy pintorescos.
Marín está detrás de aquel monte que ve a mano izquierda dijo apuntando con el dedo. El paisaje estaba bañado de luz. Los árboles resaltaban como en pleno día.
Esta posición tenía la doble ventaja de tenernos bastante alejados de mi tía entronizada al lado de la estufa, en el fondo de la habitación, y luego, de permitirme seguir el vuelo de las golondrinas y las moscas, u observar en invierno los efectos de la escarcha y nieve en los árboles del jardín.
Á paso largo, hijos míos, que ya el sol ha traspuesto la cima de aquellos árboles y es una vergüenza perder estas horas de camino. ¡Adieu, ma vie! No olvidéis al buen Simón, que os quiere de veras. ¡Otro beso! ¿No? Pues adiós, y que San Julián nos depare siempre ventas tan buenas como ésta.
En momentos de revolución él es el empujado; pero se amontona, sale de su cauce, y como el torrente que arrastra árboles y piedras, lo trastorna todo aumentando su propia fuerza con las masas de hombres-sólidos que lleva consigo.
El doctor se apresuró a montarla, y dijo, mirándola con ternura: «¡He aquí, tal vez, la salvación de la condesa!» Estas palabras fueron tanto más penosas para Mantoux, cuanto que acababa de echar el ojo a una pequeña propiedad, con sus árboles y su casa para el dueño, el nido que podía apetecer una familia honrada.
Por espacio de media hora caminaron entre árboles con todas las molestias y todos los goces que esto produce. Al cabo salieron al descubierto atravesando una sierra pelada. Algunos rebaños de cabras pastaban la poca yerba que crecía en las hendiduras de las peñas. Hicieron un alto, y algunos bebieron leche que los pastores ordeñaron a su vista.
Trabajaba, cortaba los árboles, cogía naranjas y arrancaba las ramas de los granados cuyos rojos frutos se abrían al sol. Por la mañana, corría con la escopeta al hombro para matar algunos zorzales o papafigos; por la noche, leía con su madre, que fue su profesor y la nodriza de su espíritu.
Provisto de cuerda y sin cuidarse de escribir previamente esquelas de despedida, como es de moda desde la invención de los nervios y del romanticismo, se dirigió nuestro hombre al estanque de Santa Beatriz, lugar amenisimo entonces y rodeado de naranjos y otros árboles, que no parecía sino que estaban convidando al prójimo para colgarse de ellos y dar al traste con el aburrimiento y pesadumbres.
Palabra del Dia
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