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Actualizado: 1 de junio de 2025


Abajo estaban la sombría alarma, el perpetuo miedo á los bandos que desgarraban el país vasco, los ventanucos para dar paso al arcabuz; arriba la elegancia, copiada de los árabes; la alegría en la construcción, de un pueblo artista; las ventanas graciosas como ajimeces moriscos, para soñar en ellas á la caída de la tarde, después de haber leído un libro de caballerías.

Afranc, propiamente Francia; pero los árabes aplicaban este nombre á todos los dominios cristianos que caían al norte de sus provincias en España; así como llamaban Andalús á toda la tierra que ellos aquí enseñoreaban.

Es ley de la naturaleza, y por lo tanto santa y respetable, que para que unos gocen padezcan otros.... Vosotras, hermosas señoras, sois las herederas de aquellas ilustres damas romanas que enviaban a estas minas sus esclavos a arrancar el bermellón para embellecer su rostro, y de aquellas otras árabes que lo hacían traer para decorar sus minaretes en los alcázares de Córdoba y Sevilla.

Vamos, no perdamos ánimo, que acaso todo esto tendrá fin: fuerza es que los mercaderes árabes tengan esclavos; ¿y por qué no lo he de ser yo lo mismo que otro, siendo hombre lo mismo que otro? No ha de ser ningun inhumano este mercader; y si quiere sacar fruto de las faenas de sus esclavos, menester es que los trate bien.

Eran circos de construcción más o menos reciente, unos de estilo romano, otros árabes, con la banalidad de las iglesias nuevas, donde todo parece vacío y sin color.

Es la segunda que los árabes y los moros no eran sabios cuando vinieron á España, ni trajeron sabios consigo, de suerte que los sabios y la sabiduría que hubo más tarde entre ellos, no deben tenerse por arábigas sino por españolas. Tan español es Averroes como Séneca, como Luis Vives ó como Domingo de Soto.

Por medio del «séptimo arte», un autor puede en la misma noche contar su historia imaginada á los públicos de Nueva York, Londres y París, á las muchedumbres cosmopolitas de los grandes puertos del Pacífico á los árabes que llegan á caballo al aduar del desierto donde funciona el modesto aparato del cinematografista errante, á los marineros que invernan en una isla del Océano Glacial y entretienen sus noches interminables con el relato mudo de las novelas luminosas.

Aquello era un ruido espantoso, discordante, que dominaban con notas sobreagudas los «¡yu, yu, yude las mujeres árabes de un aduar vecino que acudieron corriendo. Parece ser que en ocasiones un gran ruido, un estremecimiento sonoro del aire, aleja la langosta y le impide descender. Pero, ¿dónde estaban esos terribles insectos?

El editor de la Historia de la dominacion de los árabes en España sacada de varios manuscritos y memorias arábigas escrita por el Dr.

Los árabes, aficionados á simbolizarlo todo, decian que las cuerdas del laud representaban, la primera, que era amarilla, la bilis; la segunda, que era encarnada, la sangre; la tercera, blanca, la linfa; la cuarta, negra, los malos humores. Zaryab añadió una quinta cuerda entre la segunda y la tercera, que correspondia al alma. Véase Al-Makkarí, cap. IV, lib. Véase la nota 2, pág. 98.

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