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Actualizado: 8 de mayo de 2025
El río Ibaya, limpio, claro, cruzaba el valle por entre heredades verdes, por entre filas de álamos altísimos, ensanchándose y saltando sobre las piedras, estrechándose después, convirtiéndose en cascada de perlas al caer por la presa del molino. Cerraban el horizonte montes ceñudos y en los huertos se veían arboledas y bosquecillos de frutales.
Pero pasan los diez meses de cadena, los diez largos meses de estudios, y llegan los días felices de vacaciones: la juventud adquiere su libertad; vuelve al campo, ve nuevamente los álamos del prado, los árboles del bosque, y la fuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojas amarillas que el otoño marchita; llenan sus pulmones con el aire puro de la campiña, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todos los aburrimientos de la escuela serán insuficientes para hacer que desaparezcan del cerebro los recuerdos de la naturaleza libre.
Los manzanos y otros frutales estaban también en flor. Y la hierba nueva en el suelo y los tiernos renuevos en los álamos y en otros árboles lo esmaltaban todo de alegre y brillante verdura. Los pajarillos cantaban; el sol naciente doraba ya con vivo resplandor los más altos picos de los montes, y un ligero vientecillo doblegaba la hierba y agitaba con leve susurro el alto follaje.
Deseo vivir y espirar en medio de este vasto panorama: ¡ay! ¡ojalá que al cerrar mis párpados el dedo de la muerte haya quien me sepulte al margen de esos rios bajo la copa de esos álamos frondosos!» Estuvimos por unos instantes en silencio.
Aquí también las plantas desnudas, los álamos, los chopos, las acacias y otros mil árboles de sombra vuelven a vestirse de hojas verdes, y florecen el almendro y la higuera y los demás frutales, y nos dan el fruto con la poesía de la esperanza.
Se quedó en ello. ¡Quién hubiera dicho a doña Anuncia que aquel novio soñado, que ya empezaba a tardar, pasaba todos los días cerca de ellas, en el Espolón, el Paseo de invierno, o en la carretera de Madrid, orlada de altos álamos que se juntaban a lo lejos!
Todos ellos sentían sobre sus roses una continua descarga de miradas de odio, que, a pesar de no merecer, recibían con la resignación del que está avezado a padecer injusticias. Pronto dejaron las últimas casas del pueblo y entraron en la carretera, cuyo primer trozo estaba guarnecido de altos álamos. El cielo seguía negro y espeso, envolviendo en tinieblas a la tierra.
Murmullaba debajo de nosotros el follage de los naranjos y los álamos; allá á lo lejos, en el fondo, se distinguia una palmera; mas allá aun, ya fuera de las murallas, masas oscuras que parecian otras tantas arboledas.
Cuando hubieron recorrido las cuadras tomaron el camino de los prados a campo traviesa, y descendieron hasta el río guarnecido, por entrambas orillas, de alisos, álamos y mimbreras, los cuales formaban a trechos una mata espesa por debajo de la cual corría oscuro y tétrico. El río Lora es uno de los menos caudalosos y al mismo tiempo de los más originales de España.
Repicaban alegremente en el campanario de una aldea cercana, y del profundo lecho del Pedregoso, protegido por los ahuehuetes y los álamos, se alzaba espesa y se desvanecía vagarosa blanquecina nube que velaba las arboledas. ¡Qué largo me parecía el camino! ¡Con qué ansia me aguardarían mis tías! ¡Qué anhelo el mío por llegar a la ciudad!
Palabra del Dia
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