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Se imaginaba ser un personaje muy importante, de una posición muy elevada; pero no tenía un concepto preciso de cuál era tal posición, y sus ideas sobre ella cambiaban muy frecuentemente: tan pronto se creía el conde Almaviva como el gobernador de la ciudad o un taumaturgo y bienhechos de los hombres.

Trátase de comprar habichuelas podridas y arroz picado para vendérselo al Gobierno como bueno. Para realizar sus milagros, este taumaturgo cuenta con amistades de valer en altos centros, y aun aparenta entusiasmo por el nuevo régimen, tomando una actitud completamente pisciforme. Marzo. San Pedro Abanto. Inmenso interés despiertan en toda España el estado de la guerra y el sitio de Bilbao.

PANTOJA. Perdone usted... ¿Es cierto que el vecino de enfrente, nuestro maravilloso sabio, inventor y casi taumaturgo, piensa mudar de residencia? CUESTA. ¿Quién? ¿Máximo? Creo que . Parece que en Bilbao y en Barcelona acogen con entusiasmo sus admirables estudios para nuevas aplicaciones de la electricidad; y le ofrecen cuantos capitales necesite para plantear estas novedades.

El dramaturgo, aquejado de su último y vergonzoso vacío interior, se precipita hacia la superficie, se manifiesta con amplitud enfática, como taumaturgo, y hace conjuros a la pasión y al frenesí. Busca en la pasión imaginada el correctivo de la apatía íntima. Además, como por dentro no puede llorar, por fuera no acierta a sonreír.

El taumaturgo representaba para las imaginaciones más que todos los soldados y todos los buques de su país. Y Toledo, que adornaba su dormitorio con retratos de Joffre y de Foch, pero creía al mismo tiempo que en la victoria del Marne había intervenido Santa Genoveva, patrona de París, se sintió atraído por estos milagros del mago americano, que todos anunciaban como cosa segura.

Más bien parecía un taumaturgo de alma atormentada, un mágico prodigioso; pero en él se confundían la poesía del uno y la música del otro. Era el arcángel rebelde, hermoso como el fuego, que viniendo de abajo reconquistaba su divinidad. ; también es mi dios dijo tras breve pausa.

De pronto, a algunos pasos de distancia, vio a San Nicolás, el taumaturgo. Era un hombrecillo de pelo gris, con pantuflas tártaras muy agudas y una pequeña aureola dorada alrededor de la cabeza. Pomerantzev avanzaba cabizbajo, y el santo también, sin ruido alguno, como si anduviese sobre una espesa alfombra. Durante largo rato, uno y otro guardaron silencio.